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La Feria redescubre sus esencias

Semanas de esfuerzo dan lugar al momento cumbre, el albero del Real ya brilla. Atrás quedaron intensas jornadas para tenerlo todo a punto.

el 19 abr 2010 / 21:15 h.

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Como la Virgen de los Desamparados de San Esteban saliendo intacta por la estrechez de San Bartolomé, como las miles de almas que se estremecen cada Madrugá con el Gran Poder, el milagro -éste profano- de la Feria de Sevilla ha vuelto a suceder. A medianoche las 20.000 bombillas de la portada del Real volvieron a encenderse y con ellas prendió la ciudad imposible, esa que quien no la ve no la cree, la misma que hoy es bullicio y fiesta y dentro de una semana se extinguirá en asombroso silencio.

Hoy la Feria vive su primer día grande pero ayer, pocas horas antes del alumbrao, el panorama era bien distinto. Una cosa parece clara, la primera tarde de (pre)Feria, a pocas horas del pistoletazo de salida, no da la medida del universo que se gestará allí un rato después. Un primer vistazo da la impresión de un volcán a punto de entrar en erupción, símil de moda que en este caso parece certero: proveedores de un lado a otro, técnicos ultimando el sonido, policías que comienzan a ordenar el tráfico, atascos en las proximidades, camareros de punta en blanco listos para lo que se les avecina, etc...

Pero ¡hombre! cómo se le ocurre a Jean-Marie y a su familia pisar el albero cuando las flamencas todavía andan acicalándose en sus casas: "Pensamos que comenzaba hoy y bueno, de momento, todo es muy bonito", pronuncia en un castellano-francés singular con varias pataditas incluidas al diccionario de la RAE. Mientras esto dicen desde el número 26 de Gitanillo de Triana les invitan a entrar. No está muy animada la caseta, pero sin empezar la Feria ya se han ganado la Medalla a la buena obra.

Donde sí que ayer tarde trabajaban con los peroles a pleno fuego era en el patio de las buñueleras. "Estamos aquí desde el viernes y hoy empieza lo grande, todos los días desde las cuatro hasta las ocho de la mañana nos encuentran aquí", dice Luis, aprovechando el papel y el bolígrafo del periodista para que su mensaje comercial quede meridianamente claro. Una vez más, a su alrededor, los guiris, esa encantadora especie que, a veces, tanto yerra. Y es que, que se encuentren unos ingleses, unos alemanes y unos italianos comiendo buñuelos da idea de que la afición local no se toma con tanto ímpetu la Feria como para llegar varias horas antes de que dé comienzo.

En Manolo Vázquez 17-21 Antonio cambia cada abril su bar en Camas por una caseta en la que da de comer a cientos de personas. "Tenemos bebidas para toda la semana y el arsenal de pescaíto frito ya está listo, ahí hay viandas como para que la freidora no se queje de aburrimiento en mucho tiempo", alertaba. Por ahora, él y su equipo apuraban minutos dando los últimos retoques a una larga mesa de banquete mientras que otros comprobaban que el sonido para el grupo de sevillanas era el adecuado, que para salir volando ya está la calle del Infierno a pocos metros.

Y allí precisamente es donde se encuentra el quid de estas primeras horas de limbo que componen la tarde del primer lunes. Entre amantes de los calentitos, fieles a la muñeca chochona -ahora que te toque esta reliquia sí es un verdadero premio- y apasionados del riesgo la Feria de Sevilla comenzaba a entonarse. Ante el tirachinas, una de las atracciones expertas en dejar la boca abierta y poner los pelos como escarpias, un buen grupo se reunía atentos a como dos chavalines se disponían a salir disparados a 50 metros de altura. ¿Alguien quiere un algodón dulce o un coquito? No solo a rebujito huele la Feria.

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