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La fiesta del libro

A la Feria del Libro se llega cada año de la misma manera que a las fiestas de las cuatro estaciones: buscando repetirlas para encontrar algo nuevo. Poco tienen que ver con ese anhelo las ediciones consuetudinarias de las grandes empresas, incluso los nombres -también casi consuetudinarios- de los alistados en los batallones literarios de cada una de ellas...

el 16 sep 2009 / 02:44 h.

A la Feria del Libro se llega cada año de la misma manera que a las fiestas de las cuatro estaciones: buscando repetirlas para encontrar algo nuevo. Poco tienen que ver con ese anhelo las ediciones consuetudinarias de las grandes empresas, incluso los nombres -también casi consuetudinarios- de los alistados en los batallones literarios de cada una de ellas; ésos, como los personajes de prensa rosa en la Feria de Abril o en el Rocío, sirven para que el evento exhiba el pantone de su cola de pavo real llamando la atención pero poco tienen que ver con el encuentro entre el lector y su modelo. O sea, entre yo mismo y mis autores.

La Feria del Libro de Sevilla delineó su rostro cuando aquel era un objeto raro que nacía sin repiques de campanas y había que saber buscarlo. Ha ido cumpliendo, más o menos, los mismos años que los míos, forma parte de la vida de quienes andamos en la sesentena y, por eso, su sitio será para cada uno de nosotros y sin que haya que darle más vueltas la Plaza Nueva. Entonces buscábamos los volúmenes de Losada, de Aguilar, de Grijalbo, del Fondo de Cultura Económica; hoy los de editoriales surgidas del amor a lo raro, a lo bello. Del propósito de ir a contracorriente.

Hasta ayer mismo pensaba donar la parte de mi biblioteca que mis hijos no quisieran a alguna institución; hoy he cambiado de idea: pronto, con el e-book, los textos de todos los autores estarán virtualmente, como un Dios nuevo, en todas partes pero sólo en un ejemplar -de Alberti, de Domínguez Ortiz, de Antonio Burgos, de Desmond Morris, de Paco Basallote?- habrá una dedicatoria escrita para mí y sólo todos los míos tendrán en el pico de una página doblado, en un subrayado, las señas de un diálogo íntimo. Dejaré por herencia los signos del rito de consumar -no consumir- el otro pan de cada día.

Antonio Zoido es escritor e historiador.

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