-Con los años no sólo no se alivia, sino que está más productivo que nunca, ¿cómo lo hace? -Estoy en un buen momento creativo, lo noto. He acabado esta novela, engañosamente ligera, y ya he empezado otra. Lo atribuyo a las naranjas. Toda mi vida he comido muchas, es un fruta que no me cansa. Siempre tengo la nevera con diez kilos de naranjas. Pruebe usted, pero no en zumo, ¿eh? Se pierde la fibra. -Probaremos. Pero hábleme de la novela negra, del explícito homenaje que hace su libro de Hammet y Chandler. -Quienes dicen que es un género menor, es que no han leído buena novela negra. Es un género que no pudo nacer en Europa, sino en Estados Unidos, y no sólo por ciertos ambientes, que también había aquí. Es que en América eran escritores -diré una burrada- no cultos: no estaban enamorados de la literatura. A mis 20, 30 años, yo buscaba un camino narrativo, y lo encontré en el Consulado Americano de Bilbao, que abrió una biblioteca y trajo a Steinbeck, a Faulkner... Una literatura visceral, cogida con las manos y no con el cerebro. -Y se le abrió el horizonte. -Un horizonte desconocido, claro, nada intelectual ni cansado. Era un mundo vivo, primitivo, una sociedad por hacer. -Sólo un muerto más retoma un caso de su monumental trilogía Verdes valles, colinas rojas. Sus libros están conectados, hay una cohesión entre ellos. ¿Es deliberado? -Desde hace 40 o 50 años escribo sobre Getxo, los personajes se repiten. No me gustan las novelas solitarias, con ejecutorias o argumentos independientes. Algo de esto lo copié de Faulkner. No resolví aquel crimen de Verdes valles por dos razones: era ya una obra muy larga, no podía introducir elementos marginales; y, maliciosamente, pensé reservármelo para una novela posterior. -¿Le leen en su pueblo? -La presión ideológica pesa en Euskadi, pero el mundo nacionalista lee poco. Los que leen reconocen que no les insulto, no me pueden atacar directamente porque digo grandes verdades, sin mala idea. Algunos me saludan, pero más por la cosa mediática. -¿Y sus colegas? -A excepción de Fernando Aramburu, los escritores vascos se pliegan a ese dicho de que no nos leemos unos a otros: nos vigilamos. -¿Puede la literatura cambiar las cosas allí? -Una razón para haber escrito la trilogía es el propósito de organizar el caos. Uno no intenta mejorar nada, ni revelar nada, sino poner orden, empezando por reconocer el caos. Pero creo que la condición humana no tiene salida. -¿Por qué seguir escribiendo, entonces? -Escribimos, sí, como si la tuviera: ahí está la trampa y la maravilla. Uno no debe vivir sino para el camino. -¿Ha participado en la campaña electoral vasca? -Siempre me he revelado de izquierdas. El PSOE me pidió unas declaraciones, y les dije: contad conmigo, pero no me hagáis ir a ningún mitin. Eso me viene de la época en que estaba en el PCE: me preguntaba cómo podía seguir vivo un partido cuya literatura, como la rusa, era soporífera. -¿Es por fin la hora del PSOE en Euskadi? -Ojalá lo sea. Quienes más piensan que lo es son los del PNV, que están cagados. Pero no por ello desaparecerá antes ETA. El fin de ETA pasaba más bien porque el PNV lo quisiera, y ahora lo quiere. Ya era hora. -¿La gran novela sobre ETA aún está por escribir? -Sí, y será una novela negra. Pero a mí no me miréis.