La historia de cómo la aldea de Villafranca doblegó al duque de Arcos

El Libro del Becerro narra la batalla de Villafranca antes de unirse a Los Palacios.

el 26 abr 2011 / 18:52 h.

El concejal de Cultura, Claudio Maestre, muestra la obra restaurada.
El Libro del Becerro es la mayor joya en documentos que conserva Los Palacios y Villafranca que, como su nombre indica, fueron dos hasta que se unieron en 1836 para hacer frente al pago de tributos. Los Palacios era una villa medieval, con palacio para caza y retozo de Pedro I desde el siglo XIV, y Villafranca surgió luego, cuando Sevilla la constituyó como aldea ya que sus habitantes, dos centenares por entonces, ocupaban con viñedos las tierras de realengo que no les pertenecían. Los villafranqueses tenían que cultivar en algún lado, y como en realidad ni ellos ni sus vecinos los palaciegos tenían término municipal, ocupaban el terrón de Sevilla, por muchas sentencias que se lo reprobaran. Fue por eso por lo que Sevilla optó por crear Villafranca como población, y ahí nació el conflicto con Los Palacios, pues eran dos pueblos con sentires distintos desde sus tuétanos. En 1631 el duque de Arcos compró Villafranca gracias a una cédula del rey y aunó bajo su señorío Los Palacios y Villafranca. Sin embargo, cometió el error de no informar a los villanos, como exigía la ley, por lo que   los villafranqueses buscaron la forma de revertir su compra. Un total de 18 vecinos se plantaron en Madrid para exigirlo. Y lo lograron. El Libro del Becerro da fe de esta lucha contra una de las fuerzas más potentes del país: el Ducado de Arcos.


Todo ello lo explicaron muy bien el pasado lunes los historiadores Fernando Begines y Francisco Begines en la jornada que el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca dedicó al Libro del Becerro con motivo de su restauración, si bien los trabajos se llevaron a cabo entre enero y junio de 2010 a cargo de Rocío Hermosín y Andrés Alés.

También se inauguró una exposición de fotografías con el antes y el después. Las imágenes muestran lo que explicaron los restauradores: la minuciosa labor de reencuadernación de estos 163 folios de pergamino cosidos en el siglo XVII. El pergamino es piel natural, la de un ternero, aunque el nombre de becerro haya logrado más fortuna. Los restauradores contaron su lucha contra arrugas y pliegues, pero también contra el oscurecimiento del pergamino por la luz, las manchas, los insectos, la humedad, lo suciedad de los dedos que la habían repasado durante los últimos 366 años... El libro puede durar ahora otros cuatro siglos, después de seis meses de trabajo. "Nosotros no somos más que un eslabón en esta tarea de la recuperación", dijeron los restauradores. "Porque, por ley, cualquiera puede exigir ver y manipular un documento público, así que todos vosotros sois ahora responsables de su conservación", sentenciaron.

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