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"La humanidad tiene necesidad de llorar, y ésta es la hora del llanto"

El Papa Francisco visita el cementerio militar de Redipuglia, que recuerda a los soldados muertos en Carso e Isonzo.

el 13 sep 2014 / 21:01 h.

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papa Por María José Atienza Su lema de entrada Recuerda que los que aquí reposan se sacrificaron también por ti sirvió también como uno de los ejes de la homilía del Santo Padre en la Misa que celebró junto a los ordinarios castrenses y varios obispos, entre ellos el arzobispo castrense de España, el sevillano Monseñor Juan del Río. «La guerra es una locura». Así comenzaba Francisco su homilía ante los estandartes militares y los cientos de personas reunidas en la celebración eucarística a pesar de la lluvia y el mal tiempo. «Viendo la belleza del paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan… aquí, en este lugar, solamente acierto a decir: la guerra es una locura», señaló Francisco, que destacó cómo la guerra destruye la obra de Dios en la que los hombres «estamos llamados a colaborar, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!» ¿A mí qué me importa? En lo que se recordará como una de las homilías más intensas del Papa Francisco, el pontífice apelaba a la indiferencia que, ante estas barbaries, puede encerrar el corazón del hombre dentro de una coraza que justifica cualquier barbarie: «La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder… son motivos que alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una justificación, y cuando no es la ideología, está la respuesta de Caín: ¿A mí qué me importa?, ¿Soy yo el guardián de mi hermano? (Gn 4,9). La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres… ¿A mí qué me importa?». «Sobre la entrada a este cementerio, se alza el lema desvergonzado de la guerra: ¿A mí qué me importa?. Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños… pero sus vidas quedaron truncadas. La humanidad dijo: ¿A mí qué me importa?». Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida «por partes», con crímenes, masacres, destrucciones… Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: «¿A mí qué me importa?. En palabras de Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano?. Esta actitud es justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos escuchado: Él está en el más pequeño de los hermanos: Él, el Rey, el Juez del mundo, es el hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado… Quien se ocupa del hermano entra en el gozo del Señor; en cambio, quien no lo hace, quien, con sus omisiones, dice: ¿A mí qué me importa?, queda fuera», destacó el pontífice. Planificadores del terror. Siguiendo con esta apelación a los hombres de todos los tiempos, Francisco subrayó además que «desde aquí recordamos a todas las víctimas de todas las guerras. También hoy hay muchas víctimas… ¿Cómo es posible? Es posible porque también hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante». Duramente el Papa se refirió a industria, intereses políticos y económicos que generan e impulsan las guerras como «planificadores del terror». «Estos organizadores del desencuentro –denunció Francisco–, así como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ¿A mí qué me importa?». El pontífice continuó su homilía con una fuerte llamada a la conversión y rectificación : «Es de sabios reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y llorar. Con ese ¿A mí qué me importa? que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar. Ese ¿A mí qué me importa? impide llorar. Caín no lloró. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días. Con corazón de hijo, de hermano, de padre, pido a todos ustedes y para todos nosotros la conversión del corazón: pasar de ese ¿A mí qué me importa? al llanto… por todos los caídos de la masacre inútil, por todas las víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos», una petición que Francisco cerró con una de las frases más impactantes de la jornada : «La humanidad tiene necesidad de llorar, y esta es la hora del llanto». Junto a la Misa y la oración por los fallecidos en las guerras, el viaje a Redipuglia ha sido escenario de la entrega de un singular regalo al pontífice, se trata de los documentos de su abuelo, Giovanni Carlo Bergoglio, que combatió en la Primera Guerra Mundial en las trincheras cerca del ríso Isonzo a pocos pasos del cementerio donde el hoy Papa Francisco ha recordado la barbarie bélica. Natural de Asti, Giovanni Carlo Bergoglio, fue radio-telegrafista. El Jefe del Estado Mayor de la Defensa italiana, el almirante Luigi Binelli Mantelli ha sido el encargado de hacerle entrega de estos documentos al Papa que recibió además un altar de campo de la Gran Guerra.

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