De espaldas a la ciencia, al progreso, a la salud. Así han reaccionado los obispos de España, censurando la técnica utilizada para que un niño nazca libre de enfermedad hereditaria y ayude a curar a su hermano. El milagro del Virgen del Rocío es para ellos una "práctica eugenésica", en la que se "instrumentaliza al bebé" y se le hurta el "amor" paterno.
La Conferencia Episcopal Española (CEE) arremetió ayer con una extrema dureza contra los profesionales que el pasado día 12 de octubre lograron el nacimiento de Javier, un niño sano, que no arrastra la betatalasemia major que portaban sus padres y que podrá ser donante de su hermano Andrés, de seis años, aquejado de esta anemia congénita severa que le obliga a someterse a constantes transfusiones sanguíneas. Lejos de entender que se trata de un avance en la sanidad -es el primer bebé medicamento nacido en España- y de felicitar a un matrimonio que llevaba años refrenando su deseo de aumentar la familia por el miedo a que su nuevo hijo también desarrollara la penosa enfermedad, los obispos entienden que, para lograr el nacimiento de Javier, ha habido que "eliminar embriones enfermos y, eventualmente, aquellos que estando sanos, no eran compatibles genéticamente". De ahí que titularan su comunicado Curar a los enfermos, pero sin eliminar a nadie.
La nota de la jerarquía eclesiástica nace de su concepción del embrión surgido en un laboratorio como una vida más, como un feto formado. De ahí que lo considere una vida. Pero la realidad científica es otra: el pequeño Javier nació después de un proceso de diagnóstico genético preimplantatorio. Este preceso consiste en una fecundación vitro normal (se extraen óvulos de la madre y se fecundan con espermatozoides del padre en una placa de cultivo en el laboratorio). Lo que resulta de esta unión son un conjunto de células que los científicos denominan preembriones. Eso es lo que hizo el equipo del profesor Guillermo Antiñolo, responsable de este logro.
Las células de estos preembriones van multiplicándose con el paso de los días hasta que, cuando tienen unos cinco días, hay que implatarlas en el útero de la madre. El preembrión que consiga implantar alcanzará el grado de embrión, que dará lugar al feto y al futuro bebé. Las células de un preembrión no están capacitadas para ir más allá de los cinco días en una placa de cultivo de laboratorio por eso o se implantan o no dan lugar a nada.
"Instrumento". La voz oficial de la Iglesia Católica no cree que haya disyuntiva. Por eso insiste en que, bajo la "feliz noticia" de este nacimiento se ha "silenciado" el "hecho dramático" de la "destrucción o congelación" de esos otros embriones con los que Antiñolo trabajó hasta dar con la unión perfecta que garantizara, con el 70 o 90% de probabilidades, que el niño no padecerá el mal de su hermano. "El nacimiento de una persona humana ha venido acompañado de la destrucción de otras, de sus propios hermanos, a los que se les ha privado del derecho fundamental a la vida", añaden los obispos.
La Conferencia Episcopal no se limita a censurar lo que considera una "práctica eugenésica" -es decir, similar a la eutanasia-, sino que cosifica al bebé recién nacido, lo compara con un objeto que se usa con un fin, hasta el punto de acusar a la familia algecireña de Andrés Mariscal y Soledad Puertas de "conculcar el derecho del niño a ser amado", o sea, de obligarlo a nacer sin cariño, como una herramienta para salvar a su hijo mayor. El matrimonio ya manifestó el pasado martes que durante años ha tenido un profundo deseo de multiplicar su descendencia, por lo que el nacimiento de su nuevo pequeño es querido, buscado y ansiado.
La Iglesia, obviando estas declaraciones, habla de una "consideración utilitarista" del parto, con lo que se "viola la dignidad" del pequeño, "se reduce al mero valor de utilidad" y se somete la vida "a criterios de pura eficacia técnica". Sostiene además que el eco del caso sólo intenta "justificar la instrumentalización a la que ha sido sometido" el recién nacido, elegido "por ser el más útil". Estas líneas del documento, las más duras, apuntan a un claro concepto de culpa que, a su entender, debe hacer reflexionar a la sociedad española.
En sus apenas dos carillas de comunicado, la CEE dice mucho más: que la selección genética con fines terapéuticos impide, afirman, que los niños ya no sean "procreados" sino "producidos". Que se comete una "injusticia" con los "seres humanos" generados en el laboratorio. Que la fecundación in vitro evita la "mutua entrega personal de los padres". Y recuerda el documento que aprobaron en marzo de 2006, en el que se afirma que "los planteamientos emotivos encaminados a justificar estas prácticas horrendas son inaceptables (...). La compasión bien entendida comienza por respetar los derechos de todos, en particular, la vida de los hijos, sanos y enfermos".