Patricia -dos años, dos coletas en el pelo, un silbato colgado al cuello- está "indignadita". Lo ponía en azul y en mayúsculas la minipancarta que llevaba ayer, adornada con las huellas de sus manos en azul, amarillo y rojo, y pegada a un palo que la niña sujetaba con fuerza. A su lado, su hermano David aseguraba que los niños quieren un mundo mejor en otra pancarta pegada, en este caso, a una espada de plástico.
Eran quizá los más pequeños de los dos centenares de indignados que recorrieron Macarena Norte para gritar a los vecinos que se pidieran con ellos una democracia más participativa. Pero entre los grupos, a juzgar por las pancartas, cabían todas las generaciones: había también "madres indignadas" y "abuelas indignadas" que gritaban "lo llaman democracia y no lo es".
Desde las ventanas de los altos bloques de Pino Montano, los vecinos los escuchaban asomados a ventanas y balcones. Fue comenzar la marcha cuando en un parque, mientras el gentío gritaba "No nos mires, únete" y se repartían octavillas, un vecino preguntó que para qué. El chaval que llevaba el megáfono pegó el micro a la reja verde y, mirando hacia adentro, parecía que se iba a quedar sin respiración: "Porque las hipotecas no se pueden pagar, porque la juventud trabaja por 600 euros, porque se hacen ERES y se echa a los trabajadores a la calle, por lo que le están haciendo al Guadalquivir, porque los bancos siempre ganan y nosotros siempre perdemos...".