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La lluvia chafa el reencuentro en las comidas de pre Feria

Los chaparrones dejaron el Real casi vacío y repleto de fango en vísperas del Pescaíto. Se escucharon más truenos que sevillanas.

el 18 abr 2010 / 19:26 h.

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La lluvia arreció con fuerza.

Los insistentes chaparrones que arreciaron ayer sobre el Real lograron empaparle el ánimo a más de uno y dejaron unas vísperas de Feria enfangadas y algo desangeladas, porque fueron pocas, muy pocas, las comidas que llegaron a celebrarse en las casetas.

Por todas partes se veían lonas echadas, sillas apiladas y porteros fumando con gesto aburrido en la puerta de casetas vacías y a oscuras. En las calles, muchas furgonetas aparcadas y algún feriante protegiéndose sin rubor con enormes paraguas, que no estaba el día para esa costumbre tan sevillana de no sacar el paraguas para que no llueva. Sobre todo porque era difícil ignorar el insistente retumbar de los truenos, que no dejó de oírse a lo largo de toda la jornada, en la que apenas hubo intervalos de sol.

Aún así, hubo a quien no se le cambió el gesto. En la caseta Los armaritos, en Chicuelo, ultiman los adornos interiores, de encaje blanco, los hombres de la caseta. La tercera generación le está "enseñando" a la cuarta los pormenores del montaje con toda la tranquilidad del mundo. Afuera arrecia el agua, pero ellos ni se inmutan: "Nosotros llevamos ya más de 70 años montando la caseta y la lluvia ni nos retrasa ni nos preocupa, le tenemos muy bien cogidos los tiempos a esto", explica Cristóbal Vidal, martillo en una mano y tres puntillas en la otra. En esta caseta la Feria empieza el lunes, con la cena del Pescaíto. Nunca han hecho comida de pre Feria, aunque sí un arroz "para los que trabajan" preparando la enorme caseta, "para los que no trabajan, no".

La manta de agua logró que estuviera vacía incluso la caseta El ciento y la madre, por paradójico que fuera, aunque cierto es que algunos feriantes asistieron sin excusas a sus casetas. Como los socios de El tirabuzón, que este año ha puesto en marcha el domingo infantil, con payasos, pintura de cara y globos con forma de animales para los más pequeños. Sobre la barra, los potitos le ganaban por goleada la partida al jamón o a las gambas. "Hasta el año pasado, el domingo hacíamos un arroz de cuchará y paso atrás, pero como en los últimos años esto se ha llenado de niños decidimos dedicarles el domingo", explican Jaime Contreras y Patricio Pichardo, acompañados por Lola Suárez, ideóloga de la fiesta. Los críos menores de diez años, muchos de ellos bebés en brazos de sus padres, pueblan una caseta "muy participativa, en la que todos ponemos mucho cariño". Por eso han dedicado esta edición a Fernando Martínez, socio fallecido hace sólo dos semanas: un farolillo con los colores blanco y morado del Real Madrid, al que era aficionado, cuelga de la parte posterior de la pañoleta en señal de recuerdo.

La música de la fiesta infantil, con grandes éxitos como El arca de Noé -sí, ésa de estando el cocodrilo y el orangután...-, era casi la única banda sonora en el recinto ferial, en el que se escucharon pocas sevillanas. La falta de público afectó también a la ambientación musical, por no hablar de los horarios: "Habíamos quedado para comer a las dos pero hemos empezado a las cuatro", dice José Pío Ariza. Pero el hombre, rodeado por su familia, señalaba el nombre de la caseta para explicar su falta de preocupación: Está tó arreglao. Pues eso. En esta caseta reducida y familiar, de 14 socios, ni siquiera la boda de uno de ellos el sábado les restó voluntarios para dar los últimos retoques el domingo.

Carritos de bebé. Porque en días como ayer, en los que el tiempo no sólo no acompaña sino que parece que te quiere echar a patadas de la Feria, sólo las tradiciones de años logran arrastrar a la gente hacia el albero mojado que hay que atravesar para sentarse en una silla de enea. Es lo que le debió de pasar a Joaquín González, que se armó de valor y de una sillita doble de bebé para llevar a sus tres niños de cinco, tres y dos años a la Feria, vestidos iguales y sin rastro de lluvia en sus indumentarias.

Había convocatoria familiar para el almuerzo, porque en la caseta El tronquito es tradición que el domingo se haga una prueba de cocina para catar los platos que se servirán durante la Feria, así que la familia le plantó la capota impermeable a la sillita y llegó hasta la caseta, al parecer sin grandes sufrimientos. "Sales un poco antes de casa, vienes por los adoquines y ya está", dice Joaquín, mientras sus hijos se asoman por entre las rejas mirando la lluvia que sigue cayendo en la calle.

Poco más allá, frente a Juan Belmonte 174, disfrutan de sus efectos tres críos vestidos iguales, con rebequita celeste, que clavan botas de agua y botos rocieron en un charco de fango, vigilados por una mujer que no debe de ser quien les lava la ropa a juzgar por la tranquilidad con que los mira. Son de los pocos que aprovechan una lluvia que ayer impidió que la pre Feria cuajara. Habrá que ser más tradicional y esperar a que empiece la Feria de verdad.

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