La Macanita no es cantaora para dar sola un recital de cante, aunque, en un momento dado, como ocurrió la noche del jueves, sea capaz de hacer varios palos de cante. Cualquier intérprete podría hacer una docena. La cuestión está en si son capaces de dar la talla en un teatro de Sevilla y ante una afición tan entendida como ésta, algo que a veces pongo en duda.
Tomasa Guerrero La Macanita, que canta desde niña los mismos cantes, con sus mismas letras, es de las que te cautivan cuando hace precisamente eso, lo de siempre, lo que ha aprendido a lo largo de su vida en su Jerez natal. Borda la bulería y se faja con la soleá emulando a Fernanda de Utrera; es capaz de templarse por tientos-tangos y recordar a La Paquera en los fandangos; sólo recordarla.
Con ser bueno, es escaso bagaje artístico para este ciclo y para una ciudad de tanta tradición de buen cante. Sin embargo, el público que ahora acude a los teatros a escuchar flamenco es poco crítico. ¿Ha sido siempre así? Sólo se puede ser exigente con un artista cuando se sabe de la materia; en este caso, de cante jondo.
Por otra parte, si la cantaora jerezana tiene nuevo disco en el mercado, obra que ha sido premiada hace unos días por la crítica como el mejor del pasado año, ¿por qué no hizo algo del disco? Ella lo sabrá.
Decidió ofrecernos su clásico repertorio extraído de lo más clásico del clasicismo de lo jondo, y lo hizo con la sabrosa guitarra de su paisano Manuel Parrilla y las palmas de dos clásicos del jaleo, como son El Chícharo y Gregorio Fernández.
Echamos un ratito a gusto, porque La Macana tiene un eco gitanísimo y un aire encantador. Tampoco esperábamos más.
