Mandanga significa, según el DRAE, "tonterías, cuentos, pejigueras". Y el lenguaje es cultura. No la amplitud del vocabulario como sinónimo de saber, sino la posibilidad que brinda para construir nuestro mundo. Dicho esto, Gregorio Salvador -pesadilla de nuestras bibliografías- opina que Bibiana Aído es «"defensora de todas esas mandangas, de esa confusión de sexo y género", en torno a la polémica por el uso de la palabra miembra por parte de la ministra para referirse a las integrantes de una comisión.
Priorizar la reinvención de un lenguaje que incorpore a hombres y mujeres aun a costa de patear las reglas de la ortografía y la gramática, frente al impulso real de acciones que minen las desigualdades, me ha parecido siempre una tontería de aúpa. Lo importante es luchar contra los sueldos más bajos, el maltrato a la mujer, la violencia aquí y más allá.
Sin embargo, aquello que no se nombra no existe. Una denominación neutra incorpora a hombres y mujeres; una masculina, por muy generalizada que se pretenda, cojea. Y aunque miembra no constituya, por su ignorancia de las reglas, un buen ejemplo, sí lo habría supuesto componente, o cualquier otro sustantivo sin marca de género, o sexo, o lo que el vicedirector de la RAE considere oportuno.
Por eso mismo, celebro que Gregorio Salvador se convierta en el Steven Seagal del castellano, pero me llama la atención que su lógica se circunscriba al campo de la expresión. Porque tiene mandanga que, en pleno siglo XXI, sólo tres mujeres ocupen un sillón en la Real Academia Española de la Lengua, y que las sucesivas candidaturas encadenen hombres y hombres, sin rubor por parte de los académicos.
Pienso en María Moliner, en María Zambrano, en Rosa Chacel, en Carmen Martín Gaite. Mientras, Gregorio Salvador se repatinga -no se esfuercen: la RAE no admite el verbo- en el sillón q, y despliega el periódico. Vigila que las ministras hablen con propiedad, exhibe su mandanga -por "flema, indolencia, pachorra"- y, cuando despertamos, continúa ahí.