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La mano derecha de Rajoy

La hasta ahora portavoz del PP ha dirigido el traspaso de poderes y apunta para vicepresidenta.

el 11 dic 2011 / 17:08 h.

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Cuentan que Rajoy, desconfiado de los varones de su partido, optó por rodearse de mujeres para preparar su asalto definitivo a la Moncloa: Cospedal, Ana Mato, Ana Pastor, Martínez de Castro... Y cómo no, su gran apuesta, Soraya. ¿Soraya, la misma Soraya tan menudilla, con aquel incisivo roto que le daba todavía más aire de colegiala con buenas notas, aquella que la prensa andaluza descubrió cuando fue nombrada secretaria de Política autonómica del PP? La misma.

Corría el lejano 2006 y nuestra comunidad fraguaba su nuevo estatuto. Cuentan también que en aquella cita crucial se ganó a Ramón Jáuregui, e incluso al temible Alfonso Guerra, casi al mismo tiempo que se enfrentaba al tándem Acebes/Zaplana. Cuando Rajoy la nombró portavoz parlamentaria, supimos quién había ganado la batalla en las entrañas de Génova 13, y que el viejo modelo tardo-aznarista de hacer oposición pasaba a la historia.

Ahí empezaron también, claro, los bombardeos sobre su figura, tanto desde fuera de su partido como bajo la forma de eso que irónicamente llamamos fuego amigo. Por un lado estaban los que nunca verán con buenos ojos que una mujer ocupe cargos de responsabilidad; por otro, los que aún menos aceptarán que se trate de una mujer joven; por allí, los que esperaban que ese puesto lo ocupara alguien con pedigrí del partido; y por allá El Mundo, que quiso amargarle un desayuno de domingo publicando unos posados suyos poco ortodoxos.

Quienes creyeran que todos esos agentes externos iban a minar su moral, no la conocían. Castellana como el mismísimo ZP, demostró la misma anchura de espaldas que el presidente a batir. Se acorazó en su personaje de fémina seria y curranta, memoriosa e indesmayable, y se dispuso a conquistar el respeto de propios y extraños haciendo una paciente, corrosiva y más que correcta labor como ariete popular, primero contra María Teresa Fernández de la Vega en las sesiones de control del Congreso, más tarde contra Rubalcaba.

Si, tras las elecciones de 2008, el saludo derrotado de Rajoy hubiera sido un adiós definitivo, es posible que hoy no estuviéramos hablando de Soraya. Pero el cuestionado líder popular resistió mal que bien en medio de la tormenta, y con él su fidelísima mano derecha.

No obstante, a diferencia de Rajoy y otros dirigentes de su partido, que por no despegar los ojos de los folios se ganaron el apelativo de políticos polvorón -"les quitas el papel y se desmoronan"-, Soraya lee muy poco, y sólo se le puede reprochar que no acabe de sacudirse ese soniquete de opositora que recita la lección de memoria.

Para terminar de ganarse la simpatía del personal, lució un dignísimo embarazo en la recta final de las elecciones, y desde el "¡manden firmes!" de Carme Chacón no se había visto en la política española tal concentración de poder e instinto maternal a partes iguales. Por desgracia, al igual que sucedió con Carme, Soraya no ha querido o no ha podido pillarse su legítima baja por maternidad, lo que constituye un pésimo ejemplo en esta España nuestra, tan machista y cicatera.

Lo cierto es que, apenas diez días después de dar a luz a un bebé -Iván por parte de padre-, la alumna aventajada fue elegida para orquestar el traspaso de poderes al nuevo gobierno, precisamente con su viejo amigo Jáuregui de interlocutor.

Por otro lado, todos dan por hecho que será nombrada vicepresidenta política con amplísimos poderes para los turbios años que quedan por venir. ¿Dará la talla? Sólo una certeza le acompaña: para achicharrarse con él o cubrirse de gloria, permanecerá al lado de Mariano Rajoy.

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