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La mansión que perdió su alma

Ninguna otra casa sevillana supera la fama de terrorífica y maldita que arrastró durante años la vieja clínica del doctor Guija, en Nervión.

el 04 may 2014 / 20:59 h.

web1Es difícil creer en fantasmas bajo el sol de Sevilla. De ahí que la contemplación de esta augusta mole que se yergue entre cipreses y palmeras en el número 38 de la Avenida de la Cruz del Campo, envuelta en la flama amarilla y azul de la primavera sureña mientras recibe en la frente todo el bofetón del mediodía, inspire cualquier emoción menos las que invitan a meter la cabeza bajo las sábanas. Ysin embargo, qué historión arrastra. En compañía de la cicerone sevillana y profesional del turismo Inmaculada Díez y del estudioso y divulgador de los misterios José Manuel García Bautista, plantarse ante la sede actual del Distrito Nervión no equivale a contemplar una de tantas oficinas de la administración pública como hay por la ciudad, establecidas en edificios despampanantes –esa costumbre tienen–, sino a asomarse al caserón con mayor fama de terrorífico y maldito de cuantos se han tenido en pie alguna vez en Sevilla. Sobre todo, si se recuerda que aquel inmueble señorial, años antes de ser pasto de la municipalidad, acogió la clínica del doctor Guija, un sanatorio mental cuya memoria aún pone los vellos de punta a más de un paisano. Pese a su juventud, que la dispensa de haber conocido en persona el aspecto y los usos anteriores del edificio, Inma Díez se había llevado semanas sin ni siquiera querer considerar la posibilidad de poner los pies en él. Ella, que para las andanzas de esta guía extravagante había bajado a los pasadizos subterráneos de la Sevilla encantada, oteado por entre las capillas más lúgubres de la Catedral en busca de una santa perdida, descendido a las cárceles romanas de Justa y Rufina, paseado entre los fantasmas de la Judería oculta, admirado la foto de un milagro, rascado con el dedo la mancha de sangre de Don Fadrique en el Alcázar y narrado la historia de Susona bajo el azulejo de una calavera en un día de lluvia, entre otras muchas peripecias, aplazaba una y otra vez esta etapa en el viaje, víctima de una aprensión que comprenderán muy bien quienes se hayan paseado en alguna ocasión, hace treinta o cuarenta años, por esta zona de Nervión entonces apartada de las rutas de navegación habituales. web2«Una de las historias paranormales que más me inquietan de la ciudad», cuenta Inma, todavía sobrecogida. «Aunque no sabremos nunca si son verdad las historias que se cuentan sobre la casa y sobre las prácticas que llevaba a cabo el doctor sobre sus pacientes, yo no tentaría a la suerte y no me acercaría mucho al edificio». Por supuesto, José Manuel García Bautista no le hace el menor caso. Él está ya literalmente curado de espantos. Puede que no exista tugurio, rincón, buhardilla, sótano, zaguán o emparedamiento del casco antiguo con sospecha o leyenda de encantamiento que no haya visitado ya un par de veces y hasta permanecido allí una noche entera en vela, más solo que la una, con una grabadora y una cámara por si a las entidades presentes les daba por manifestarse. José Manuel es el gran rastreador sevillano de lo insólito y lleva en el alma las cicatrices de mil sustos. Pero pese a ello, no subestima en absoluto la faceta tenebrosa del viejo sanatorio de la Cruz del Campo; un inmueble y un paraje que ha visitado en varias ocasiones, sobre los que ha escrito y que, en su docta opinión, aglutinan todas las claves de lo paranormal, según contaba ayer, como síntesis de la visita: «Independientemente de lo que cuenta su historia creo que aquel lugar esta impregnado de la esencia misma del misterio», decía. Quien se acerque hoy por allí se encontrará un jardincillo soleado, algunos coches aparcados a la sombra de la mole, unas lindas florecillas rojas aliñando el parterre y suavizando la verja y, nada más entrar, un minúsculo vestíbulo con una mesita para el vigilante donde se toma nota de las visitas, un tablón con anuncios y carteles del distrito, varios paisanos sentados en las pocas sillitas dispuestas por allí para aliviar las esperas, dos o tres puertas para acceder a las dependencias administrativas y, presidiéndolo todo, la estructura metálica de un ascensor. Ni muertos, ni aparecidos, ni susurros, ni leyendas misteriosas, ni trabajadores que reconozcan haber sentido un escalofrío por la espalda, ni nada de nada. Pero habrá quien diga que esa es simplemente la apariencia. web3Entre los que así piensan se encuentra García Bautista. Su resumen de la historia del edificio se remonta a la fecha de su construcción, hace 95 años (en 1919). Por aquel entonces, el regionalismo llenaba de chiribitas los ojos de los arquitectos, se erigía toda una nueva Sevilla basada en este concepto con motivo de la Exposición Iberoamericana, y el nombre de Aníbal González abría un nuevo y espectacular capítulo en la historia monumental hispalense. Fueron unos colaboradores de este, según el investigador de enigmas, quienes levantaron la mansión sin sospechar, por supuesto, que algún día el epicentro de la Sevilla sobrenatural abandonaría las parroquias del centro de la ciudad y las callejuelas del gueto judío para trasladarse extramuros hasta ese justo emplazamiento. Y mucho menos, teniendo en cuenta el carácter absolutamente poco misterioso de la institución que lo estrenó: el Organismo de Investigaciones Agrarias. Pero transcurrieron los años, y un médico extremeño, Eduardo Guija (algunos le colocan la diéresis para darle un toque más paranormal: doctor Güija), adquirió la casa para instalar en ella un centro psiquiátrico, que efectivamente se inauguró el 9 de febrero de 1957. Hasta aquí, todo bien y todo más o menos normal. Y escribe José Manuel García Bautista: «Eduardo Guija Morales nació en Cáceres y se convirtió en catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla, tratando enfermedades mentales. No era uno de los profesores más exigentes, por lo que sus alumnos lo tenían en buena estima. Tenía la teoría de que el histerismo lo sufrían personas con mentes influenciables, e incluso lo demostró con un experimento. Cogió a una paciente y en una de sus clases la hizo acostarse sobre un colchón en el suelo. El doctor comenzó a decirles a sus estudiantes que vieran cómo movía la paciente su mano derecha, lo iba repitiendo una y otra vez hasta que la paciente acabó moviendo la mano. Y de la misma manera que provocó un acceso de histeria, hizo que desapareciera. Falleció en 1966, fecha en la que la dirección de la institución psiquiátrica pasa a manos de su hijo hasta su cierre en 1974». Salvo el numerito de la mano, más cercano al mentalismo que a otra cosa, nada hay en el relato que llame demasiado la atención. Pero eso no es nada. Parte importante de lo que queda por contar, que es todo, tiene como protagonista a una vieja conocida de los lectores: la superstición de los sevillanos, omnipresente a lo largo de sus tres mil años de existencia. Como cuenta el divulgador de misterios, «el halo de secretismo que envolvía a la clínica cuando pertenecía al doctor Guija hizo que los sevillanos creyeran que ahí dentro se realizaban actos terribles contra el ser humano, tales como terapias de electroshock, torturas u otras prácticas muy dolorosas en los pacientes». La cosa no pasaba de ahí, de ese a menudo injustificado temor secular del paisano por todo lo que suene a turbador. Y más antes, cuando el mundo de las enfermedades mentales era para el común de los españoles una especie de lazareto, el destino de un viaje irreversible aislado del exterior por un muro de prejuicios, miedo e ignorancia. Cerró la clínica del doctor Guija, y a los pocos años, ya en los ochenta, abrió allí un asador argentino que no duró mucho tiempo abierto. Según García Bautista, el negocio cerró unos meses después «debido a los extraños sucesos que ocurrían en su interior». Para entonces, como recuerda el experto, la mansión llevaba ya tiempo luciendo una importante leyenda negra y el cierre del restaurante no vino precisamente a suavizar esa consideración. La gente empezó a comentar que el cerrojazo tenía todo que ver con fenómenos paranormales, cosa que tampoco ayudó a que le salieran otros pretendientes al caserón para instalar en él sus comercios o actividades. En particular, cuando comenzaron a circular rumores a cual más estrambótico sobre gritos espeluznantes, gemidos, figuras espectrales de pacientes que abandonaron este mundo tras sufrir sabe Dios qué experimentos y que se divisaban al otro lado de los ventanales, desde la calle... web4La maldición estaba servida. Los jóvenes más desaprensivos, como recuerda José Manuel García Bautista, se iban allí a hacer la oui-ja, y luego volvían contando experiencias aterradoras, presentimientos y sustos. «La mayoría coincidía en que el lugar estaba maldito», y «todos relacionaban el apellido del psiquiatra con la oui-ja, e incluso se decía que en los jardines de la mansión se enterró a muchos de los pacientes que no eran reclamados por sus familiares», o bien eran emparedados en el sótano. «Incluso muchos de los trabajadores que acudían a fumigar o a realizar algún trabajo de jardinería o mantenimiento del edificio decían haber vivido experiencias paranormales. Lo que sí se sabe es que uno de los antiguos propietarios de la casa se ahorcó frente a la ventana que está sobre la puerta de entrada». Justamente esa ventana preside la parte más imponente de la construcción. Los ojos de todo el que pasa por allí y mira hacia el conjunto regionalista de los colaboradores de Aníbal González siente cómo sus ojos son convocados precisamente a contemplar ese balcón cerrado, que emerge con robustez de la fachada como un puesto de vigía. Pero por si el ahorcamiento y los rumores funestos no fuesen bastante currículum para merecer el puesto de casa encantada por antonomasia, el citado prosigue con los testimonios:«Dicen que un fumigador, mientras realizaba su trabajo en el sótano del edificio, vio cómo se desprendía un trozo de pared que dejó al descubierto huesos humanos, mientras sentía cómo alguien le observaba. También se han escuchado lamentos, pasos, portazos y golpes en las plantas superiores. Un vigilante de seguridad de la urbanización de al lado, que entró a curiosear en la casa, contó que sintió una presencia que lo acompañaba a todos lados y que le hacía sentir como si le golpearan en el hombro. También cuentan que han oído como si alguien caminara arrastrando los pies como hacen algunos enfermos mentales en la zona del interior de la urbanización (que comparte terrenos con la casa). Los vigilantes no solían durar en su puesto de trabajo más de dos o tres meses. Uno de ellos vio, como a las ocho de la tarde, la figura de una mujer o de una niña que vestía algún tipo de ropaje blanco que ondeaba con el viento». Por no seguir. Porque la lista continúa. Y sin embargo, qué curioso, todo esto sucedió mientras el viejo caserón estuvo hecho unos zorros, abandonado y temido. Todo fue remodelar el edificio y los fenómenos desaparecieron, o eso dicen. La apariencia exterior, como salta a la vista desde la calle, conserva lo esencial de sus hechuras originales, con el añadido de una rampa para discapacitados y algún que otro detalle, pero el interior no tiene ya nada que ver con lo que había. Ni sótanos lúgubres, ni nada. Los obreros no encontraron ni extraños instrumentos de suplicio, ni enfermos emparedados en mazmorras infectas, ni fantasmas yendo y viniendo, ni enterramientos en el jardín, ni qué niño muerto. La historia parecía haberse esfumado con la remodelación de la casa. Casa que, por cierto, según recuerda García Bautista en su texto dedicado a este asunto, no solo fue «reclamo para indigentes y okupas» que provocaron enfrentamientos con los vecinos de la urbanización de atrás, sino que aprovechando precisamente esa atmósfera opresiva, ese miedo cerval y esa ristra de supersticiones, «se realizaron grabaciones cinematográficas por parte de varios actores independientes sevillanos, que bajo el sello de Las perras de Satán (el nombre no podía ir mejor con este caso) realizaron ahí su primer cortometraje: Invasión travesti. Incluso escogieron el nombre de doctor Guija para uno de sus personajes». Sic transit gloria mundi. web5Si han vuelto a percibirse por allí presencias extrañas, golpes en el hombro, aullidos nocturnos, reflejos inexplicables y demás parafernalia tenebrosa, lo cierto es que no ha trascendido. Queda tan solo la figura rejuvenecida de una mansión que con la rehabilitación ganó en lustre, ganó en despachos, ganó en ascensor presidiendo el vestíbulo y ganó en asepsia administrativa, pero perdió su alma (acaso maléfica, pero la suya, la que tenía). Los amables trabajadores que quisieron conversar con este periódico para explicar cómo es pasar ocho horas al día allí apenas hicieron comentario alguno que invitara a pensar en que la leyenda sigue viva. «Bueno, la otra mañana vino una señora diciendo que había trabajado aquí como enfermera del sanatorio», recordó uno de ellos. Hacía sol y el cielo estaba de un azul reluciente.

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