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La máquina de hacer billetes

Las autoridades chinas ya han dado un par de avisos mostrando su desasosiego por la deriva contraria a sus intereses que están tomando los planes de ayuda a la banca en EEUU.

el 16 sep 2009 / 00:34 h.

Las autoridades chinas ya han dado un par de avisos mostrando su desasosiego por la deriva contraria a sus intereses que están tomando los planes de ayuda a la banca en EEUU. La nota más alta fue hace una semana cuando solicitaron "una reforma creativa del actual sistema monetario" que trajera consigo una nueva "divisa de reserva internacional", también empleable para el comercio y como inversión. Sería una nueva divisa controlada por una institución global encargada de controlar la liquidez internacional y, de ese modo, independiente de los intereses de un solo país.

De sobra está decir que a los chinos ni se les pasa por la cabeza llevar realmente a cabo tal cosa. De hecho, lo peor que les podría ocurrir sería que les tomarán la palabra. Ellos son los primeros interesados en el mantenimiento del status quo monetario aunque sólo sea por la cantidad de moneda norteamericana que atesoran. Su verdadero interés reside en que, como ya había pedido públicamente su primer ministro, el Gobierno americano se abstenga de tomar medidas de política económica que erosionaran el valor del dólar. Es decir, que mantuviesen quieta la máquina de hacer billetes porque eso ineludiblemente iba a contribuir a un desplome de la cotización de los activos en dólares. Su más que justificado temor, en definitiva, es que EEUU persista en traspasarles a ellos, principales prestamistas, los costes de la crisis, por la vía de aguar la deuda externa.

Ya incluso antes de la toma de posesión de Obama, la Reserva Federal puso en marcha la expansión monetaria para tener cemento con que tapar el agujero bancario. Como se sabe, la senda que ha seguido el nuevo presidente tras una tortuosa reformulación es sospechosísimamente parecida a la de la Administración Bush: salvar a los banqueros y esperar que, como efecto secundario, ello salve al sistema financiero y, en último término, ello suponga una reactivación del crédito ahora paralizado, y, finalmente, ello logre reconducir a la economía a niveles de consumo y producción saludables. Un plan tan riguroso científicamente como encender una vela a un santo.

Para que todo esto tenga alguna posibilidad de cuadrar, lo único que cabe es poner a funcionar la imprenta de papel moneda. El gran y obvio peligro, ahora para los propios americanos, es un rebote inflacionista que termine desestabilizando absolutamente todas las transacciones.

La gran coartada empleada en EEUU para monetizar la deuda es una amenaza de deflación bastante poco fundada. Mucho me temo que ésta sea la nueva superchería a la que se agarren los poderosísimos defensores de un salvamento bancario que prefieren arrostrar los peligros inflacionarios antes que verse abocados a la única solución racional: la nacionalización.

La cuestión que va a generar tensión en los próximos meses es si el BCE se decidirá también a darle a la máquina de hacer billetes. Alemania se resiste con una fiereza encomiable, tal vez porque en el pasado conoció por la vía más dura los peligros de los rebotes hiperinflacionarios. La misma Merkel no ha esperado un minuto para deplorar abiertamente la arriesgada fórmula expansionista americana para evitar la recesión. Sin embargo, las entidades financieras con problemas (es decir, todas) van a presionar muy fuerte por que así sea. En una primera fase nítidamente marcada, los servicios de estudios de éstas ya preparan el terreno aleccionándonos sobre el problema que supondría la deflación, al tiempo que guardan un escrupuloso silencio sobre la familia de alternativas que conllevan algún grado de nacionalización.

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