Decía ayer Marcelino que es más fácil defender bien que atacar bien. Si el Sevilla de Gregorio Manzano reunió una estadística de descenso por goles encajados o bien puso todo su empeño en hacer lo más difícil, o incurrió en una imprudencia mayúscula. La grandeza del fútbol está en que es un juego sencillo, y su dificultad conseguir hacer bien las cosas sencillas. Eso fue el Sevilla de ayer, un equipo virtuoso en la sencillez.
Tres partidos sin encajar goles, sólo tres en cinco partidos y tiene los mismos once puntos que el Barcelona, que acumula 22 goles a favor, sólo 16 más que los sevillistas. Lograr un buen juego de ataque no es que sea más difícil, es que además es muchísimo más caro. Ahí juegan las diferencias dinerarias de los presupuestos. En estas circunstancias, la única posibilidad de ganar en competitividad pasa por hacer de la defensa un dogma colectivo.
Otra de defensas. Según convenga, se ensalza la picaresca y las ventajas obtenidas en eso que llaman el otro fútbol. Spahic y Fernando Navarro dieron una clase magistral. Tendieron una trampa a Aduriz y éste cayó como si fuera un juvenil. Luego, el teatrillo, la gestualidad exagerada del lateral pidiendo justicia mientras su compañero se retorcía de falso dolor. Todos los equipos lo hacen, casi todos los entrenadores, desde la base, lo fomentan, pero no por ello deja de ser lamentable. Son los momentos en los que el fútbol se aleja del deporte y sus valores.
Javi Varas puede ser en estos momentos el portero más en forma del campeonato. Que el Sevilla encaje poco tiene que ver con su felina actividad. Ayer no le llegaron mucho, pero cuando sucedió, obró una de esas paradas espléndidas, a veces casi imposibles, que empieza a poner por costumbre en cada partido del Sevilla. Está en portero grande.
El Betis primero, el Sevilla igualado al campeón culé en la segunda plaza. Quién lo iba a decir. Muchos pagarían por un lockout de la competición tal y como está. Bueno, a lo mejor no tanto en el Pizjuán.
