Aunque hayan pasado algo más de veinte años después de su primera aparición, La broma asesina sigue conservando intactos todos los valores que la mantienen como una de las mejores historias escritas sobre Batman. El preciso análisis que Alan Moore ofrece sobre el antagonismo de los dos personajes se refleja en una lectura multifacetada en la que la frontera entre cordura y locura es más fina que nunca. Moore escribe a Batman como una presencia imponente que casi no necesita la palabra para expresar sus objetivos. El Joker, situado en el extremo opuesto del espectro, adquiere con la interpretación del escritor inglés una dualidad entre humanidad e inhumanidad de la que antes carecía, explicando el guionista su origen en brillantes secuencias de flashback integradas a la perfección en la trama.
¿Y qué decir sobre el trabajo de Brian Bolland? Cuando dibuja La broma asesina, el artista está en el mejor momento de su dilatada carrera, y podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el presente tebeo es el pináculo de la misma (más aún que la portentosa Camelot 3000). Poseedor de un dominio sin parangón sobre la fisonomía humana, el dibujante se descubre además como un narrador visual de una habilidad extrema y los citados flashbacks son la mejor prueba de ello: cada viñeta inicial y final de los mismos está relacionada con las inmediatamente anteriores y posteriores, como si de un fundido entre dos fotogramas de una película se tratara, quedando definida la concatenación de acontecimientos y su unión temporal como pocas veces se ha podido ver en un cómic.
Recoloreada para la nueva edición de 2009, baste decir que con el cambio efectuado por Bolland, La broma asesina ya es perfecta (el color original de John Higgins nunca le hizo justicia a los lápices del artista). Al margen de que las técnicas de coloreado actuales sean más precisas, lo que realmente define a la labor de Bolland es una paleta muy homogénea que explota con toda su fuerza en el momento en el que el dibujante retoca los colores de los flashbacks con una gama casi monocromática puntuada con sombras de rojo en objetos al azar que nos van anunciando, de forma tremendamente sutil, el claro protagonismo de dicho color en el futuro inmediato del Joker. Una obra maestra que, ahora que DC parece que va a tirar por el inodoro todo su universo con ese cacareado relanzamiento del mes que viene (y esos 52 -y sí, han leído bien- nuevos y temidos títulos que lo abanderaran), merece la pena rescatar como uno de los momentos más brillantes de su historia