Cultura

La moda llora a Saint Laurent

"Sin elegancia de corazón no hay elegancia", decía el modisto Yves Saint Laurent, aclamado en vida como mucho más que un dios de la moda. El domingo exhaló su último suspiro. (Foto: EFE)

el 15 sep 2009 / 05:51 h.

"Sin elegancia de corazón no hay elegancia", decía el modisto Yves Saint Laurent, aclamado en vida como mucho más que un dios de la moda y quien, recién exhalado en la noche del domingo su último suspiro, es ensalzado por las más grandes personalidades de Francia y por su legión de seguidores.

Pocas horas después de su muerte en la medianoche del lunes, a los 71 años y tras luchar desde hacía un año contra un tumor cerebral, Francia, y en particular sus medios se han convertido en una recopilación de memorias, bocetos, diseños, fotografías y opiniones del gran Yves Saint-Laurent.

Desde los diarios de la mañana, que lograron en el último momento transformar su portada para rendir homenaje al artista internacional, a las emisoras y televisiones, ayer se habló el idioma Saint-Laurent por todas partes, y por todas partes se expande su concepción de la vida, del amor y de la belleza femenina, que él consideraba profunda, como su arte para vestirla y desvestirla. El diseñador se convirtió, así, en un modelo de anticipación de la igualdad de hombres y mujeres, dada su estrategia de ofrecer a la indumentaria masculina toda su feminidad y capacidad seductora. Sus restos mortales serán honrados el jueves en la iglesia de San Roque de París por una multitud encabezada por el presidente francés, Nicolás Sarkozy, quien celebró su rango artístico, y por su tercera esposa, Carla Bruni, quien evocó "el gran honor" de haber trabajado como modelo para ese "artista y ser humano excepcional".

Pierre Bergé, ex socio y ex pareja del creador, precisó que, según los deseos del modisto, sus restos mortales serán incinerados y sus cenizas depositadas en una sepultura en los jardines Majorelle de Marraquech (Marruecos), colindantes con la residencia que los dos compraron en 1980.

Artista genial y fragilísimo, de sensibilidad tan refinada que para soportar la existencia recurrió a un sinfín de sustancias más o menos prohibidas, y que lamentaba, decía él, "sólo una cosa: no haber inventado el 'jean'", el pantalón vaquero. Había algo también que Yves Saint-Laurent "odiaba" con especial ahínco, cuenta la escritora y ex ministra Françoise Giroud. Era "la moda". La moda con su absurda tiranía de tendencias bianuales, para las temporadas de invierno y de verano, la moda que siempre "pasa", en detrimento del estilo, que el genial YSL consideraba "eterno".

Podía ser la moda tan perniciosa que, prevenía, "las mujeres que la siguen de demasiado cerca corren el gran peligro de perder su naturaleza profunda, su estilo, su elegancia natural". Nada más grave para este artista a quien ayer rindieron homenaje los principales políticos del país; sus colegas del mundo entero, de Christian Lacroix, a Hanae Mori, Vivienne Westwood o Valentino; y figuras de los negocios como Bernard Arnault, propietario de Dior, donde se estrenó el modisto en 1955, y François-Henri Pinault, propietario del grupo que controla la firma Saint Laurent.

Honesto y valeroso con sus creencias, Saint Laurent presentaba en cierta forma cada seis meses la misma y eterna colección, algo particularmente notorio en sus últimos años al frente de la casa de costura, creada en 1962 junto con su amigo Pierre Bergé. En cada desfile, los mismos valores infalibles garantes de elegancia: la inusitada mezcla de colores que sólo él sabía reunir, las nuevas declinaciones de su esmoquin de gala, del estampado pantera, del traje pantalón o de sus faldas generalmente hasta la rodilla, y, por supuesto, de su cazadora, de su mítica sahariana de sus vestidos de noche y los esmoquin.

"Quería que todo el mundo comprendiese que mi concepto del vestir es intemporal y tardé veinte años en probarlo", escribía el propio Saint-Laurent en 1982, un año antes de ser solicitado por el Metropolitan de Nueva York para mostrar sus creaciones y ser el primer modisto que exponía sus obras en un museo. Las mismas que hasta el último momento, en enero de 2002, cuando decidió dejar sus pinceles, gustaba presentar al viejo estilo, con cada modelo numerado y, siempre, escuchando a María Callas.

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