Durante siglos la artesanía fue transmitida de maestros a aprendices. Hoy día, muchos de estos conocimientos penden de un hilo: quedan pocos talleres en activo y los trabajadores cuentan ya con una avanzada edad, por lo que amenazan con llevarse sus saberes a la tumba.
"La artesanía se deja morir porque se hacen productos que ya no sirven, y por eso, hay que encontrar la manera de reciclarlos con nuevas formas comerciales", dice Esther Fernández de Paz, autora del estudio Fondo andaluz para la recuperación del conocimiento artesano. "No es sólo preservar la memoria cultural, sino que estas actividades, bien encauzadas, pueden encontrar un sólido acomodo en el sistema económico vigente", asegura.
La aparición de las máquinas o la producción en serie sumieron la artesanía en la decadencia. Los productos con un determinado valor artístico o a los que se exigía una calidad o acabado sólo alcanzable mediante el trabajo manual, se salvaron de la criba. Los artesanos consultados coinciden y aseguran que ciertos resultados sólo se logran a mano y que a las máquinas les falta conseguir "ese toque único".
Hacia donde se encaminan estas artes queda patente en la definición del colectivo según la Ley de Artesanía (BOJA 31 de diciembre 2005): actividad económica con ánimo de lucro. La antropóloga considera que es "ridículo" que las competencias de esta actividad no estén en la Consejería de Cultura aunque aprecia que sea Economía la que se interese por revitalizar aquellas a las que se puede sacar rendimiento. La experta apela a la historia detrás de los trabajos: "Es deprimente dejar morir una cosa tras otra".
Los trabajos que corren peligro son muchos pero más son los conocimientos y técnicas que desaparecerán. Como ejemplo, resalta la carpintería de ribera en la que sólo queda un hombre en la provincia de Sevilla que realice todo el proceso, desde que se pone la quilla hasta que se bota el barco. "Es especialmente increíble que esto pase en un lugar donde se ha vivido del río, de donde han salido barcos de pesca, de paseo, de pasajeros... ¡hasta de conquista de América!", exclama. "Hay que documentarlo rápido, antes de que desaparezca, hay que proteger su figura y que enseñe su oficio, porque lo importante es asegurar ese relevo y todo lo demás son pamplinas", clama la antropóloga.
Problemas. En la mayoría de los casos, el oficio desaparece porque el producto ha quedado obsoleto. Es el más difícil de recuperar, aunque los expertos manifiestan que es necesario por la "memoria cultural" que se perdería. "Hay que reconvertir el producto y echarle imaginación: un barco que antes servía para la pesca hoy puede emplearse para fiestas o como réplica", insiste la autora.
Otros productos tienen el desconocimiento como problema. Un ejemplo sería la fábrica de vidrio soplado La Trinidad, que cerró en 1999 por falta de pedidos. "El producto no estaba obsoleto pero no se conocía, y en estos casos hay que buscar canales de comercialización", dice la antropóloga.
Igualmente, la fábrica no pudo luchar contra la especulación, a pesar de que una docena de asociaciones pidieron convertir el edificio en taller de aprendices o un museo del vidrio. Sólo se consiguió que la nave, el horno y la chimenea central fueran declarados Bien de Interés Cultural (BIC) para no desaparecer.
La especulación empuja a muchos talleres a cerrar o trasladarse fuera de las ciudades. Sin embargo, el problema más común es la falta de aprendices. "El sistema gremial ha desaparecido, los aprendices ahora quieren Seguridad Social, ¿qué voy, a pagar a un niño que me rompe cosas?", se pregunta un maestro.
Los talleres tratan de paliar esta carencia pero tampoco contentan a todos. "Son un lavado de cara", prosigue la autora del estudio, "el problema de las escuelas taller es el poco tiempo que se está en ellas y la unión entre el maestro y el aprendiz debe ser larga".