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La montaña del sermón

Está ahí en las vísperas, erguida desde la noche de los tiempos. Ha pasado de siglo en siglo encarnándose en muchas formas, aunque haciéndose siempre cercana, siempre con idéntica semblanza a la de la Gran Madre, con el mismo corazón traspasado de Deméter.

el 16 sep 2009 / 00:43 h.

Está ahí en las vísperas, erguida desde la noche de los tiempos. Ha pasado de siglo en siglo encarnándose en muchas formas, aunque haciéndose siempre cercana, siempre con idéntica semblanza a la de la Gran Madre, con el mismo corazón traspasado de Deméter. Vista de lejos, sin nada que obstaculice su figura, es una montaña, igual que esas vírgenes peruanas que deificaban el cerro del Potosí. Es la Montaña de las Bienaventuranzas. Por eso se acercan a ella, mande quien mande, las gentes más diversas, no en busca de milagros sino con sus cuitas más hondas a flor de labios.

Si a lo largo de la Historia se hubiera revestido de anatemas contra el préstamo con interés, si hubiera defendido el poder temporal de la Iglesia o condenado a los niños bastardos ahora sería como el Código de Hammurabi, arqueología; pero traspasó los años invitando a acercarse. Las prohibiciones y los castigos quedaban fuera del cancel para que pudieran llegar los pobres, los que lloran, los sumisos, los que tenían hambre o sed, los inocentes, los perseguidos? porque son parias; los culpables, los que perseguían, los que hicieron llorar o pasar hambre, los altivos cuando sentían que también lo eran.

Llega todo el que quiere sentarse anónimamente en un banco y comprender, mirando en su derredor, que forma parte del magma sin tiempo del mundo. Podrían llegar también para sentarse en el anonimato el Papa, los jerifaltes de todas las especies, los que sólo anuncian tempestades. Pero no pueden. Se creen señores de las almas y del más allá de la muerte; de tanto tronar con invectivas y cornadas han olvidado el sermón radical en el que encuentra su por qué la pasión, el de las bienaventuranzas, el que ella predica, el que la ha hecho inmune al ritmo de los relojes. Ella tiene eso de lo que carecen las castas: piedad.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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