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La morgue de los animales

Docenas de bichos muertos tienen La Casa de la Ciencia que parece un zoo tras un desastre nuclear. Son los fiambres más selectos de la Estación Biológica de Doñana.

el 16 feb 2012 / 19:23 h.

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La majestuosa entrepierna de un gran roedor metido en un bote no es, ni mucho menos, la única sorpresa que hace brotar un signo de admiración sobre la cabeza del visitante. No, señor. Este selecto resumen de la colección científica de vertebrados de la Estación Biológica de Doñana, que es lo que se expone desde ahora y para los restos en el impluvio (el patio, pero dicho en fino) de La Casa de la Ciencia, tiene un puntazo morboso que va a hacer las delicias de todo el que haya aguantado más de cinco minutos un episodio de CSI lo que sea. Hay un buitre así, estirado él a todo lo largo en una vitrina, a cuyo lado la Canina dichosa es la viva estampa de la lozanía y el vigor.

Por no hablar de las gaviotas, las oropéndolas, los abejarucos, los estorninos (todos ellos en estado de solemnísimo espichamiento) o del ejemplar de ornitorrinco, que, pese a contar con la ventaja de encontrarse naturalizado para la ocasión (esto es, disecado y como en acción, o tan en acción como pueda estarlo un ornitorrinco tieso), se topa con el hándicap de que la estampa del animalito vivo tampoco es mucho menos luctuosa ni funesta que la que se muestra en la exposición. Añádale usted a eso la circunstancia de compartir vitrina con una especie de rata acangurada en actitud de saltar (no hay más que verle los ojos, amenazadores, como de estar a punto de preguntar por dónde se va a cierta calle) para hacerse una idea cabal de la atmósfera que impregna la escena.

Si con todo lo dicho no está usted ahora mismo cogiendo el misal y poniendo rumbo al Pabellón de Perú, que es la sede de La Casa de la Ciencia, es que su espíritu aventurero, científico y curiosón tiene una tensión más o menos comparable con la de la lagartija de las Pitiusas (podarsis pityusensis) metida en alcohol que se exhibe no mucho más allá de los hechos narrados. Cómo perderse el lince, que no se sabe si está a punto de saltar o de explotar. Y si no, los cráneos. Hay uno de cocodrilo que es una preciosidad; está en plan Gioconda, como riéndose. Además, dado que todos los animales tienen las patitas anilladas como en la morgue, da la sensación de que va a aparecer por allí el tipo ese pelirrojo de los brazos en jarra mirando de lado, sin creerse ni una sola palabra de las presuntas causas naturales de todas esas muertes. En resumen: ineludible.

Ayer, nada más que de excursiones de niños viendo todo aquello, había allí media Sevilla. Dese usted un paseíto esta tarde, por ejemplo, y acérquese a echar un buen vistazo a esta exposición sin nombre concreto; una muestra cuyos elementos proceden de la que presume de ser la segunda colección más importante de España en el campo de la zoología de vertebrados, con más de 80.000 ejemplares de cientos de especies procedentes de la Península Ibérica, África y Sudamérica. Pero lo más importante de todo es que La Casa de la Ciencia (o sea, el CSIC) no deja de ingeniar maravillas una detrás de otra para atraer a los sevillanos al mundo de la naturaleza, al interés por el saber y a la necesidad de la reflexión. Cosas que, como ve, no son nada aburridas.

De utilidad:

Qué: Exposición permanente de una selección de la colección científica de vertebrados de la Estación Biológica de Doñana. Cuando: Todos los días de la semana, de 10 a 21 horas ininterrumpidamente. Donde: La Casa de la Ciencia está en el Pabellón de Perú de la Exposición Iberoamericana de 1929, en la Avenida de María Luisa. Cuánto: Gratis.

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