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La música del campo

El campo tiene su música, al margen de esos cantes llamados de trilla o de labranza que apenas se escuchan ya en los agros del sur. Los nuevos tractores tienen equipos de música y en los cortijos, sin ninguna vida muchos de ellos, las fiestas ya no son lo que eran antaño.

el 15 sep 2009 / 03:52 h.

El campo tiene su música, al margen de esos cantes llamados de trilla o de labranza que apenas se escuchan ya en los agros del sur. Los nuevos tractores tienen equipos de música y en los cortijos, sin ninguna vida muchos de ellos, las fiestas ya no son lo que eran antaño. Cuando digo la música del campo me refiero al cante de los pájaros, el eco del viento, el rumor del agua que corre por las acequias o el croar de los sapillos.

A algunos nos gustaría disfrutar más de esta música, pero el campo está cada vez más lejano con tantas urbanizaciones en los pueblos. Se está construyendo tanto y tan precipitadamente, que la fauna anda algo desorientada. Hace unos días observé cómo un grupo de alcaravanes y abubillas se manifestaban por las calles de mi pueblo en protesta por esta cruel situación. Pero lo que de verdad me descompuso fue ver a una liebre con un casco de esos que usan los albañiles, porque encima de sus cabezas ya no hay sólo nubes o cernícalos amenazadores: ahora corren el riesgo de morir aplastadas por un palé de tejas.

Esto habría que controlarlo de alguna manera y los ayuntamientos de los pueblos deberían dar facilidades no para que se sigan haciendo urbanizaciones ilegales de aprietas calles y construcciones anárquicas, sino para que aquellos que tienen un olivar puedan hacerse su caserío, como se hacían hasta hace décadas, con sus pozos, sus frondosas higueras y sus dadivosos olivos. Ahora no se puede porque sólo te permiten construir unas naves pavorosas de planchas de hormigón y estructuras de hierro que le confieren al paisaje del campo aspecto de polígono industrial.

Pero lo que ya es irritante es que los caminos y veredas de los pueblos estén tan mal que quienes tienen que ir a cuidar los olivos -que en un pueblo como Arahal son decenas de modestos agricultores-, se vean a diario con graves problemas para llegar a sus tierras. No me refiero a los de las festivas barbacoas, sino a quienes viven de la aceituna, de la fruta o del cereal. Están tan mal estos caminos que hace unos días, cuando lo de las lluvias torrenciales, un agricultor con el remolque atascado andaba como loco buscando el número del móvil de Indiana Jones. ¡Uff!

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