Cultura

La Niña de la Puebla abre el Maestranza a las nuevas voces

El Teatro de la Maestranza acogió ayer un espectáculo de homenaje a La Niña de La Puebla, la gran cantaora sevillana de cuyo nacimiento se cumplirían ahora 101 años, y aunque no se explicitara en el programa, también diez años de su desaparición. Para recordar a esta figura y celebrar la efeméride se dieron cita en el primer coliseo hispalense cinco jóvenes voces femeninas.

el 16 sep 2009 / 05:06 h.

El Teatro de la Maestranza acogió ayer un espectáculo de homenaje a La Niña de La Puebla, la gran cantaora sevillana de cuyo nacimiento se cumplirían ahora 101 años, y aunque no se explicitara en el programa, también diez años de su desaparición. Para recordar a esta figura y celebrar la efeméride se dieron cita en el primer coliseo hispalense cinco jóvenes voces femeninas, cada una representante de una provincia andaluza -quedaban fuera Granada, Córdoba y Huelva-, acompañadas de otros tantos solventes guitarristas.

Tras el pórtico instrumental a cargo de dichos músicos, el escenario se llenó para acoger simultáneamente a las cinco voces, las cuales fueron desgranando una a una fandangos y tiempos de la época y el repertorio de La Niña de la Puebla. Desde estos primeros compases se hizo bastante evidente que las cantaoras harían gala de su poderío vocal, que por momentos resultaba apabullante, aun sacrificando con ello la dulzura y la contención que era propia de Dolores Jiménez, aquella inolvidable intérprete coplera y flamenca. Ello no obsta para reconocer que todas estuvieron a la altura del nombre que invocaban y las tablas que pisaban, como sus entregados guitarristas.

Brindando un cante propio a modo de ofrenda y otro clásico de La Niña, Gema Jiménez, Encarna Anillo, La Tremendita, Rocío Bazán y María José Pérez desplegaron un muestrario del extenso abanico de cantes que La Niña de la Puebla desarrolló a lo largo de su larga trayectoria, desde alegrías a guajiras, pasando por bulerías, taranta, o colombianas.

Una cantaora como la homenajeada da sin duda para muchas opciones, y bien podría habese decantado el director del montaje, José Luis Ortiz Nuevo, por las malagueñas, las tonadillas o las seguiriyas, que de todo dejó. También podrían haberse sustituido unas letras por otras, como la célebre Serranía de Brasil -que Dolores inmortalizó junto a su marido, Luquitas de Marchena- por Ese traje negro, pero alguien tiene que elegir. Lo que de ningún modo podía faltar anoche era la interpretación de En los campos de mi Andalucía, los famosos campanilleros, que pusieron el broche de oro al recital.

Un espectáculo quizá un poco lento, ligeramente falto de esa tensión que sería de agradecer considerando el alto número de voces citadas, y donde tal vez hubiera sido conveniente hacer más presente a La Niña de la Puebla, no sólo a través del recuerdo sonoro. O, bien mirado, tal vez esto es lo mejor que puede hacer una gigante del cante en vida o a título póstumo: abrir el camino de las nuevas y pujantes voces del flamenco andaluz, que las hay, y con qué fuerza; servir de justo pretexto para abrir todo un teatro a las nuevas generaciones y contribuir a educarlas en el arte de escuchar y venerar a los maestros.

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