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Cultura

La noche de José Valencia

El joven maestro ofreció anoche un interesante recital en el Teatro Lope de Vega, cuya grabación será su próximo disco, ‘Directo’. Responsabilidad y nervios al margen, resolvió bien y cautivó a los amantes de su metal.

el 01 oct 2014 / 00:41 h.

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José Valencia en plena faena, con la mano derecha abierta. Detrás, parte del excelente cuadro con el que vino a triunfar en la Bienal de Flamenco. / Carlos Hernández José Valencia en plena faena, con la mano derecha abierta. Detrás, parte del excelente cuadro con el que vino a triunfar en la Bienal de Flamenco. / Carlos Hernández DIRECTO * * * * Escenario: Teatro Lope de Vega. Cante: José Valencia. Guitarras: Manuel Parrilla y Juan Requena. Palmas: Bobote, Juan Diego Valencia y Manuel Valencia. Entrada: Lleno.   José Valencia canta mucho mejor de lo que cantó anoche. Quizás el hecho de saber de antemano que el recital iba a ser su próximo disco, Directo, le restó frescura y le impidió cantar más relajado. Tampoco le ayudó mucho una puesta en escena que, aunque sencilla, le estorbaba para convocar a los duendes. Solo su fuerza sobrehumana y una profesionalidad extraordinaria sacaron adelante un recital que había levantado una gran expectación en Sevilla y en Lebrija, su tierra. Los aficionados fueron a verlo triunfar, cantara como cantara, porque admiran su entrega y adoran su sonido gitano, con ese perfume lebrijano que es inconfundible, como lo eran el de Bastián Bacán, María la Perrata o el guitarrista Pedro Bacán. Y como lo sonlos brazos de Miguel Funi o los pellizcos de Concha Vargas. Lebrija tiene su sello y José Valencia tiene ese sello en las tripas. Eligió dos guitarras muy distintas, las de Manuel Parrilla y Juan Requena, para que extendieran la alfombra por la que tenía que pasar su cante. Y no podía faltar una escenografía sencilla, pero que nos llevara a Lebrija con la imaginación:una pared blanca de cal de Morón y una puerta por la que el cantaor entraba a refregarse el perfume de Lebrija por la garganata y por la que salía para regalarnos ese perfume. No le hizo falta nada más, que por cierto no es moco de pavo. José es muy lebrijano y Lebrija tenía que estar en el teatro, en el escenario y en las butacas. ¡Cuántos lebrijanos anoche! Y cuántos sevillanos y de otras partes del mundo que conocen a qué sabe el vino jondo de esa tierra. Como el recital va a ser un disco no vamos a desmenuzar demasiado el repertorio. No todo lo que cantó estuvo a la altura, pero está bien que José Valencia abra el repertorio y no cante siempre lo mismo. Su condición de voz y la crianza en determinados palos no favorecen su aventura musical en otros terrenos jondos. Por ejemplo, en granaínas y estilos de levante. Sin embargo, me sorprendió cómo empezó el recital, ligando varios palos, un pregón con toná que acabó en el compás de la bulería. No era fácil empezar así, pero le sirvió para ganar seguridad y abordar palos de mayor compromiso. La bulería por soleá, por ejemplo, templándose en las que hacía Tomás Pavón al modo sevillano, con una ligazón tan rara como maravillosa, para enseguida irse a Jerez a buscar los ecos ya dormidos de Tío Borrico o Terremoto. Por bulerías estuvo soberbio, es uno de los palos que mejor domina. Y como le duele Lebrija, por momentos me recordó al mejor Juan Peña El Lebrijano, que siempre ha sido una de sus referencias. Ya estaba más relajado y el perfume agridulce de la marisma empezaba a embriagar al público. Cambió de compás y se metió en los tangos, que me encantaron porque se acordó de Pastora, de Antonio el Chaqueta, de la Alameda y de Badajoz, de su Plaza Alta. Luego, unas cantiñas de Pastora Pavón y de Vallejo, que hicieron maravillas en este estilo. Me alegré sobre todo por Vallejo, al que los gitanos han olvidado, con lo gitano que era don Manuel y lo que quería a los calés con arte. ¿O no tenía arte el de la calle Padilla cuando cantaba aquello de No es manía ni es locura, por cantiñas? Le faltó el seguiriyón. Pero homenajeó Diego el Lebrijano, cantaor del siglo XIX que acabó viviendo en Triana, donde dejó escuela cantando las livianas y otros estilos de la escuela gitana. Sorprendente José en estos aires, con una cabal verdaderamente cabal. José Valencia estaba ya embriagado de cante. El perfume de Lebrija empezaba a emborrachar de verdad y hasta los guitarristas, algo fríos casi todo el recital, se soltaron el pelo y se lo enredaron en las bulerías al golpe, romanceadas. Aquí el cantaor estuvo con una potencia extraordinaria y los duendes ya habían decidido participar. Bulerías festeras y lentas, cosas de la tierra y romances portuenses. Y todo a garganta abierta, sin adornos, sin teatro: por derecho. Porque José es eso, un cantaor por derecho, sin cuentos ni historias para no dormir. Se esperaba una buena noche de cante y lo fue. Quizás no para sacarlo a hombros, porque tampoco hay que pasarse. La responsabilidad, los nervios y la presión con la que se vive esta Bienal no le ayudaron mucho. Pero hay tan poco cante de verdad últimamente, se venden tan caros los cantaores con enjundia, que lo de anoche fue un regalo. No del cielo, sino de la marisma lebrijana y de las paredes encaladas de las casas donde aún viven gitanos y gachés que, en armonía, siguen saboreando cada día una manera de cantar, de bailar y de tocar la guitarra que en Lebrija es una religión. José Valencia creé en ella y anoche nos recargó las pilas para que lleguemos vivos a la clausura de la Bienal, en la que de nuevo será protagonista Lebrija. Lo siento, pero me puede.

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