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La noche en que los sátiros fueron a buscar traseros

La semana en que todo el mundo se puso triste conoció las increíbles historias de una princesa irreal, un pabellón arrepentido, un manchego que no quería ser Sancho ni Quijote y una fiesta absolutamente obscena.

el 02 jun 2012 / 21:47 h.

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La elegante comitiva se dirige al Pabellón de Castilla-La Mancha en su día de honor, con las figuras esquemáticas de Don Quijote y Sancho.

Ni Carolina de Mónaco ni Lady Di, que acababan de pasar por la Cartuja, ni la mismísima Sissi emperatriz que hubiese resucitado con la única idea de plantarse en Sevilla para explicar a la humanidad qué diablos significa la palabra austrohúngaro. Nada de eso. La verdadera diosa de este mundo feliz de mentirijilla y con fecha de caducidad no tenía más remedio que ser una criatura mitad real, mitad inventada; mitad eterna, mitad efímera. La organización la buscó hasta en la Luna, cabe suponer, y acabó encontrándola por azar cuando en la mañana del 30 de mayo de 1992 puso sus pequeños pies sobre el adoquín cartujano la princesa Maha Chakri Sirindhorn, venida desde Tailandia para presidir los fastos por el día nacional de su país.


Si los periodistas habían descrito la jornada de la semana anterior con Lady Di como una permanente sesión de fotos, la de Doña Maha podría resumirse, a unas malas, como una interminable sucesión de cabezazos: los que daban los tailandeses del séquito y del pabellón cada vez que la interfecta les pasaba por delante. Tal espectáculo tenía ya de por sí su puntito de relación con la divinidad, con tanta reverencia, pero lo cierto es que esa sensación no se limitaba exclusivamente a la población oriental presente. También el occidental medio sabía entrever algún que otro destello teológico en el currículum vítae de la visitante, a saber: diplomada en pali, sánscrito, jémer y un par de lenguas más (¿acaso el burushaski? ¿Alguna variante arcaica de las lenguas miao-yao, tal vez? Esta indefinición en el dato formaba parte de la estela mística que arrastraba la señora por el Camino de los Descubrimientos). Mas no acababa ahí el asunto del apartado de estudios, puesto que de la princesa se pregonaba que era una virtuosa de varios instrumentos musicales propios de su tierra y, por si fuese poco, doctora en Educación para el Desarrollo por la Universidad de Srinakharinwirot, donde el primer año académico se empleaba, sin duda, en aprender a pronunciar el nombre de la institución.


Qué donaire, qué elegancia. Menos mal que no coincidió con el espectáculo Mare Nostrum que la compañía de teatro de calle Els Comediants ejecutó en la madrugada del sábado, porque entonces habría tenido que empuñar su guitarrón de madera maciza, sea cual sea su nombre, y emprenderla a golpes con el elenco hasta hacerlo astillas. Eso mismo habrían deseado, probablemente, quienes sí tuvieron ocasión de asistir a la representación. Para no poner ni quitar ni una coma, no sea que alguien piense que aquí se exagera, se copia a continuación de pe a pa el trocito más comprometido de la crónica de aquel acontecimiento, publicada en El Correo el día 1 de junio: El pánico cundió entre el populacho cuando un grupo de sátiros, desnudos, enmascarados y con sus miembros erectos, se mezclaron entre el público acometiendo por la espalda y sin previo aviso cualquier trasero que se ponía a su alcance, dándose muestras de pánico y persecuciones diversas. Pero bueno, no iría tan mal la cosa cuando se acordó repetir para el 5 de septiembre. Es lo que tiene el público sevillano, que al final siempre se anima.


Días raros aquellos. El 31 de mayo se supo que el gobierno de Suiza quería darle la vuelta cual calcetín al concepto de su pabellón, por el que se había interesado hasta entonces tanto como por la pesca con palangre. Pero sí: dejando hacer a los técnicos, a los artistas y a los intelectuales, los políticos descubrieron con amargura que su sede en la Expo 92 no hablaba para nada de vaquitas en el prado verde con cielo azul, el maravilloso turismo de estaciones de esquí o la gran industria lechera, como escribió entonces el periódico, sino que se había lanzado al atrevimiento de presentar su país como si fuese real y no inventado, como si tuviese problemas y otras cosas en las que pensar aparte las vacas. Como si no fueran perfectos.


De eso mismo había estado hablando el día anterior José Bono, presidente de Castilla-La Mancha, en el día de honor de su región. Lo mismo había una ola de depresión generalizada por culpa de la lluvia, que dejó a los sevillanos sin poder irse a la playa el día de San Fernando, pero el caso es que a Bono le salió un discurso que le dejó a Curro el penacho pegado a la cara durante dos días. Arropado por Sara Montiel y José Luis Perales, el citado largó ya su primera andanada para abrir boca: "No hemos venido a una feria de vanidades." Ese fue el título que le puso El Correo a la crónica del festejo. "Ni España es la nación más admirable del planeta, ni el mundo de hoy es tan rico y generoso que asegure la vida digna de todos los seres humanos", dijo, para agregar que los manchegos no habían acudido a esta cita "ni como quijotes, a pregonar la inigualable hermosura de nuestra Dulcinea, Castilla-La Mancha, ni como sanchos rendidos al espectáculo de las ollas llenas, a rogar, con hambrientas razones, que nos dejen mojar un mendrugo de pan", sino a alabar en esfuerzo, la inteligencia y el trabajo, si de lo que se estaba hablando ahí era de hacer más habitable y feliz el dichoso mundo real.


Tan contrito y penitencial estaba el ambiente en esas fechas que hasta salieron en procesión los empalaos de Valverde de la Vera, no es broma. En ese pueblo cacereño, como es sabido, se tiene por costumbre que, en determinadas fechas, el paisano que así lo desee emprenda descalzo un viacrucis, con los brazos en cruz, coronado de espinas, fajado con una gruesa soga de esparto y cargando un timón de arado sobre los hombros desnudos, en cumplimiento de cierto rito medieval. Pues eso hicieron, esta vez junto al Lago de España. Además, por si se echaban en falta tristezas, media jornada de huelga el día 28 cuyo resumen sería que ni fu ni fa.


Y cuando ya estaba toda la Exposición Universal al borde del llanto por culpa no de todo lo anterior, sino de algo tan tremendo como la tragedia que se estaba viviendo en Yugoslavia con su terrible guerra civil y el reciente bloqueo de la ONU que dejaba el pabellón nacional de ese país incomunicado con los suyos, fueron los cómicos quienes salvaron el espectáculo acudiendo en masa a la Expo el día 2 de junio para hacerse fotos con Curro. Eran los actores españoles que, decididos a convertir en una fiesta su amor por el cine patrio, se pasearon por la Cartuja devolviendo al lugar su indispensable aura de ficción: Imanol Arias (que entonces estaba en paro, hay que ver), Lidia Bosch, Micky Molina, Ana Belén, Jorge Sanz, Maribel Verdú, Antonio Ferrandis, Aitana Sánchez Gijón, Alfredo Landa... Entre ellos compitieron por ver quién decía mayores y más originales maravillas sobre la Exposición Universal de Sevilla. Un éxito. Al día siguiente, ya nadie se acordaba de nada.

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