En Fuerza 10 de Navarone, una película no más allá de entretenida, un comando aliado intenta volar con una carga explosiva la presa de un pantano para que, a su vez, la riada tire un puente. La detonación aparentemente no produce ningún daño pero el flemático artificiero inglés sabe que la verdadera potencia está en la onda expansiva y, efectivamente, pasado un tiempo se ha abierto una grieta y que será la propia fuerza del agua la que logre el objetivo. La carta de etarras presos, rebelándose contra la estrategia de sus congéneres en las conversaciones de paz dice a las claras que lo más importante de todo aquel proceso fue, precisamente, la decisión de comenzarlo y darle el respaldo del Congreso.
Fue la clara voluntad de acabar con el problema, el método para hacerlo y la contundencia posterior al romper los etarras la baraja lo que ha actuado -y actuará aún- como una carga con efecto retardado pero implacable. ETA se está quedando sin efectivos pero, sobre todo, sin apoyos sociales -sin puentes- porque la voluntad del Gobierno, percibida como sincera, ha desmontado los argumentos esgrimidos por los nacionalistas violentos. Es una lástima que la derecha más cerril siga prefiriendo usar políticamente la violencia desde el otro lado pero ha de tener cuidado: la fuerza de la onda expansiva de esta bomba pacífica puede también alcanzarle y quitarle los puentes.