El Betis no pudo contra el cuadro madrileño de Leganés. Foto: LFP. Que la paciencia del bético con este Betis se ha acabado, es una opinión cada vez más extendida entre la fiel parroquia verdiblanca. El Betis añade motivos para desconfiar, partido a partido. Desde algunos sectores se intentó pedir un margen lógico de tiempo y tranquilidad durante los primeros partidos. Primero porque todo nuevo proyecto necesita margen de maniobra y trabajo para aposentar sus cimientos. Segundo porque la Segunda, por muy ridícula que pueda parecer a simple vista (por el desconocimiento), es tremendamente competitiva y equilibrada. Cualquier a, por recóndito que parezca, es descarado y se desquita de todo tipo de respeto por mucha historia que pueda ostentar su rival. Es una categoría donde no sirve el escudo, ya lo hemos visto durante nueve jornadas. Y pese a que es necesario seguir pidiendo respeto por Yuri, Chumbi, Dioni, Velasco y compañía, la involución de este Betis termina por absorber cualquier paño caliente con el que justificar los primeros pasos de esta larga y asfixiante temporada en la categoría de plata. La peligrosidad que pudiera conllevar echar todo por los aires, tras sólo mes y medio de competición, es otro motivo para no volverse loco. Porque después de cuatro inquilinos en el banquillo en menos de un año, el análisis debe ser mucho más profundo y no tan superficial. Blanco fácil la alargada sombra del banquillo... Pero ya se acabó. En cualquier caso, el equipo verdiblanco se encarga, jornada a jornada, de dilapidar cualquier atisbo esperanzador pese al largo camino que resta hasta llegar a Junio. Y es que, aunque resten más de 90 puntos por disputar, las sensaciones y la falta de rumbo que desprenden los pupilos de Velázquez sobre el césped son alarmantes. Los puntos que deja escapar, mientras logra encontrar una identidad, ya no vuelven. Parece ir a peor, incluso. En Butarque, más de lo mismo. El técnico vallisoletano dio continuidad a un nutrido bloque protagonista el pasado miércoles en Copa del Rey, corroborando así las palabras del entrenador. Tanto que la imagen no cambió. El Leganés, como ya hicieran otros equipos anteriormente, también fue superior al Betis. No por el resultado sino por la solidez, por la amenaza del equipo madrileño hacia la portería de Adán. Los de Asier Garitano jugaron más en campo rival que en el propio. Otro encuentro más de los heliopolitanos a merced de su rival. Un rival más vertical y con más mordiente, que avisó hasta concretar. Con unas intenciones y un saber qué hacer, en cada momento. Hasta ocho córners para el Leganés en el primer tiempo, por ninguno para los béticos. Por poner un ejemplo estadístico. Un equipo largo y previsible. Los mismos síntomas de la gran mayoría de partidos. Y ya ha habido tiempo para pulir y labrar ese camino. Sólo consiguió pisar terreno rival, con cierto rigor, en dos fases de la segunda mitad. El resto de opciones, a lo que sea capaz de lograr un alquimista llamado Rubén Castro cuya formula a la que se aferra este Betis no sorprende a nadie. No es empatar o perder en Butarque. No es tener que liderar y avasallar. No es que no te generen ocasiones y no sufrir. Es la imagen y la forma. Es la opinión, cada vez más generalizada que este equipo ni juega ni mete el miedo a unos rivales que aumentan exponencialmente su potencial ante once vestidos de verdiblanco. No es prepotencia ni falta de respeto al contrario, es que la afición bética no merece ver esto.