Cofradías

La Pasión según los esquimales

Las tendencias laponas en el vestir se están llevando mucho este año / ¿Se podría poner en modo 'stand by' al canijo de la guitarrita?

el 26 mar 2013 / 21:51 h.

MARTESSANTO1 Estado de la situación a las tres y media de la tarde de ayer, andando hacia Sevilla en medio del Puente de la Barqueta: oleaje con espumita. Agua verde tirando a caqui. Ni un pato. Ni un piragüista. Ni una anguila. Ni un vampiro. Nadie. Solo una señora menuda, de aspecto ecuatoriano, que cruzaba camino de la Cartuja peleándose muy trabajosamente con una gran bolsa de plástico, cual si fuese un paracaidista perdido que acabara de caer en Tarifa. Milagro fue que no acabara la pobre en el Alamillo (de puente a puente y vuelo porque me lleva la corriente) en uno de aquellos golpes de aire que tenían a la gente escondida en sus casas con las contraventanas cerradas, mientras unos nubarrones como no se han visto nunca en Transilvania a la hora de la cena dibujaban un paisaje que habría provocado pesadillas a Valdés Leal. Se prometía una tarde de perros lobos, o como se llamen esas bestias que se comen a los incautos que salen a la calle en días como estos. Impensable levantar un paso con tamaña ventolera. Acaba el paso en la playa de Omaha, donde el desembarco de Normandía, rodeado por un montón de gente con gorra diciendo mais qu’est ce que c’est ça, mon Dieu?, golpeando incrédulos los dorados con la boquilla de la pipa y cosas por el estilo. Nada deseable, en todo caso, para una pieza singular del patrimonio universal hispalense. En resumidas cuentas: la primera sensación no es que no fuesen a salir los pasos: es que no iban a salir ni los taxis. Apuntes sobre vestimenta, textil y complementos: entrando por la Alameda (vacía, por cierto, como nunca se ha visto) había un grupo de dos humanos adultos y tres niños cargados todos ellos con sillitas plegables, paraguas y enseres diversos y forrados con anoraks. Que nadie piense que aquello era una familia de cofrades yendo a coger sitio en algún lugar estratégico y a pasarse la tarde escupiendo toneladas y toneladas de cáscaras de pipas: aquello era una tribu de esquimales buscando un claro en el hielo para echar los anzuelos, con idea de pescar cualquier cosa susceptible de ser comida cruda. De vez en cuando venía de los puestecillos un aire sieso cargado de algodón de azúcar, y uno no sabía si estaba en el centro un Martes Santo o andaba salturreando sobre los charcajos de la calle del infierno un domingo de Feria destemplado. Por suerte para quien buscase alguna escena más o menos familiar, andaba por allí el entrañable y formidable imaginero Jesús Méndez Lastrucci con su familia, que iban camino del besamanos del Gran Poder. Una vez más, San Lorenzo volvía a ser la estampa de una tarde cofradiera sevillana, con una pequeña cola de paisanos deseosos de presentar sus respetos al Señor y, ya puestos, de admirar los pasos, conscientes de que no iban a ver muchos más esa tarde. Allí al lado, en Conde de Barajas, donde estuvo la casa de Bécquer, las oscuras golondrinas estaban acongojadas debajo de un alero. Esas no volverán. En la Judería, los pelmas de las guitarritas daban la murga a los turistas, indiferentes a la consternación reinante por la ausencia de cofradías. Y en la calle Velázquez, vacía, una muchacha vestida de cabaretera hacía numeros de malabarismo y afines a la hora en que tenían que haber estado por allí los músicos de Alcalá de Guadaíra dándole calor al palio de los Estudiantes. El resto de las calles sonaban a lata pateada, a bullicio de polen metiéndose en los ojos de la poca gente deambulante, a despliegue inútil de sillas de madera, a risotada de chavalería despistada camino del Fnac. ¿Quedaba algo que ver? Desde luego que sí: en Asunción, sentado en el escalón de Loscertales (justo debajo del se alquila), un joven mendigo se publicitaba con un cartel que daba un interesante giro a la temática habitual del género: Hoy por mí, mañana por ti. Cuando por delante de él pasó un sueco con un sombrero de paño con orejeras, definitivamente el día se había acabado.  

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