Como cada Cuaresma, desde ya algunos años, me he encontrado en algunas fachadas por el entorno de la calle San Luis y la Alameda de Hércules una pintada que cuanto menos invita a pensar. No es de gran tamaño y aparece en ella la silueta de un crucificado a cuyo lado se puede leer la siguiente pregunta: ¿Habré muerto sólo para salvar el turismo? Buscando respuestas me rebelo contra aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha y se me vienen como en cascada otros motivos de mayor calado: el Centro de Estimulación Precoz de la Hermandad del Buen Fin, la continuación al mismo que tiene en proyecto la Esperanza de Triana, los comedores y economatos sociales que atienden distintas cofradías, la Bolsa de Caridad del Gran Poder, la Asistencia Social de la Macarena o el nuevo empeño que se han puesto los macarenos de acercar a la Basílica a sus hermanos más veteranos, la colaboración de la Hermandad de San Gonzalo con los hospitales de San Juan de Dios y Regina Mundi en la atención a niños con deficiencias mentales, el hospital que levantó la hermandad de San Esteban en los territorios saharauis de Tinduf, la labor de la Hermandad de La Trinidad en el auxilio a los presos de la cárcel de Sevilla? Y cómo no, los nombres y apellidos del casi centenar de niños bielorrusos afectados por la catástrofe nuclear de Chernobil que pasan algunos días de cada verano entre nosotros gracias al programa temporal de acogida de nuestras hermandades. Por eso, repito, me rebelo contra lo de que sólo muriera en la Cruz por salvar el turismo, que también, si no que le pregunten a hoteleros, hosteleros, taxistas y demás gremios si les viene bien que salgan los pasos a la calle, pero estoy seguro de que el motivo turístico es el que menos interesa a los cofrades, no así a otros.