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La pista del 'Cuatro Vientos', que partió de Tablada, se perdió hace 75 años

El capitán Barberán y el teniente Collar habían completado el trayecto más largo volado nunca sobre el océano Atlántico y sin escalas, desde Tablada, Sevilla, a Camagüey, Cuba. Eran los héroes del Cuatro Vientos. Diez días después, camino de México, su pista se perdió para siempre. Son ya 75 años de gesta y misterio.

el 15 sep 2009 / 10:02 h.

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El capitán Barberán y el teniente Collar habían completado el trayecto más largo volado nunca sobre el océano Atlántico y sin escalas, desde Tablada, Sevilla, a Camagüey, Cuba. Eran los héroes del Cuatro Vientos. Diez días después, camino de México, su pista se perdió para siempre. Son ya 75 años de gesta y misterio.

Dice la crónica de El Correo de Andalucía -entonces diario católico de noticias, a 10 céntimos el ejemplar- que la noche era bochornosa, húmeda, a la orilla del Guadalquivir, aquel 10 de junio de 1933. La actividad era frenética en la Base Aérea de Tablada. Tras un año de preparativos, el avión Cuatro Vientos iba a partir con rumbo a Cuba y México, en busca del mayor vuelo transoceánico jamás emprendido hasta la fecha, 8.000 kilómetros de travesía sin una parada. Treinta soldados empujaron para sacar la nave del hangar a la pista. Comenzaba una de las mayores glorias de la historia aeronáutica española y del mayor de sus misterios.

Hace 75 años, el capitán de ingenieros Mariano Barberán, de Guadalajara, 37 años, conservador, director de la Escuela de Observadores, decidió cumplir su sueño de volar por el Atlántico sin escalas aunque cambió su destino inicial, las Antillas, y viró a Cuba. Revisó rutas, meteorología, imprevistos y, con el plan cuadrado, llamó al teniente Joaquín Collar, 26 años, de Figueras (Gerona), republicano y profesor de vuelo de la Escuela de Alcalá de Henares (Madrid).

El proyecto era volar desde Madrid a Cuba, pero los pilotos decidieron venir a Sevilla para dar los últimos retoques al avión, porque confiaban en el buen hacer de los técnicos sevillanos. Aquí se llenaron los depósitos -dos horas de trabajo- y la despensa: "jamón dulce, huevos crudos y batidos con coñac y solera, frutos secos y plátanos, agua mineral y algo de alcohol", recoge el archivo del Ministerio de Defensa.

Con las bodegas repletas, era hora de partir. Hasta 15 aviones hicieron el pasillo del Cuatro Vientos en las pistas de Tablada. Junto al avión, Barberán y Collar, vestidos de blanco inmaculado, sonreían al fotógrafo, soñando su gesta. Saludaron a las autoridades y a las 4.35 horas, cuando habían recorrido ya 1.500 metros de pista, alzaron el vuelo. Enfilaron el Guadalquivir en un guiño a la Sevilla que los despedía y, después, al norte. Cinco aviones, militares y civiles, les acompañaron hasta Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Como recuerda Gerard Jouer, descendiente de Collar, el teniente llevaba junto a su pecho dos azahares, tan sevillanos, regalo de su madre. "Quería protegerlo, porque sabía que algo iba a salir mal en ese viaje". Y salió...

el viaje, el abismo. A eso de las nueve de la mañana, Barberán y Collar ya volaban sobre Madeira; a las 13 horas de vuelo, las tormentas les obligaron a cambiar de rumbo, sólo con la estrellas por GPS para chequear su camino. En ese punto crítico, Collar se sintió indispuesto y Barberán tuvo que afrontar todo el trabajo.

A su llegada a Cuba contaron que a las 33 horas de viaje divisaron el Nuevo Continente. Era la isla de Santo Domingo, a 6.300 kilómetros de casa. Siete horas después, a las 20.45 horas del 11 de junio de 1933, el Cuatro Vientos se posó en Camagüey, Cuba. Querían llegar a La Habana, pero con sólo 100 litros de combustible no se atrevieron a forzar la máquina. No importaba. El reto estaba superado.

En tierra los recibieron como a héroes y les regalaron 5.000 dólares, que ellos cedieron a causas benéficas. Vivieron 10 días de banquetes y agasajos. Tras un poco de descanso, el avión volvió a los aires para completar su viaje, una escala en México antes de acudir a una muestra aeronáutica internacional en Chicago (EEUU). El calendario marcaba el 20 de junio. Ese día se perdió la pista del Cuatro Vientos.

A unos 2.000 kilómetros de su destino, en Ciudad de México -donde les esperaban 60.000 personas-, algo pasó. Lo que ya era de leyenda se convirtió en un misterio sobre el cielo de Ciudad del Carmen, en Yucatán. Pero ¿qué le pasó al avión? La versión oficial dice que se estrellaron contra el mar, porque allí apareció el neumático salvavidas. El mal tiempo tuvo la culpa. Hay quien dice que chocaron en tierra, que Collar se lastimó, Barberán fue a buscar ayuda para el herido y terminaron siendo robados y asesinados por unos nativos. Otros aseveran que hubo negligencia de los mecánicos, que minutos antes de partir arreglaron una grieta por la que se escapaba la gasolina.

Por Camagüey suena otra historia: que uno de los pilotos tuvo un romance con una de las amantes del entonces presidente cubano Gerardo Machado y alguien, para resolver la afrenta, vertió cierto producto químico en el combustible. Aquel vuelo mítico, tan puntero como los viajes espaciales de hoy, sigue sin resolver. Queda el aniversario y las preguntas.

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