El retraso en la elaboración de la nueva melodía y los desapliques de los primeros ensayos originaron que el público, sabio hasta en sus días confusos, recelara de la calidad del concierto, ayer suavemente melódico en sus inicios y un ciclón de soberbia cuando el fin era una realidad.
El conjunto heliopolitano sometió a un Villarreal B inerme en defensa y peligroso en ataque. La lesión de Marco Ruben condicionó la apuesta de Juan Carlos Garrido, que trató de secar a Emana y Pavone con un programa ambicioso (4-3-1-2). Tapia no reculó y dispuso un 4-4-2 sin variantes. Con el camerunés y el argentino en ataque, las bandas eran propiedad de Sergio García, eléctrico y generoso, y Caffa, apático.
Con Fernando Vega incorporándose a la zona de definición con frecuencia y acierto y el grupo replegándose con presión, el once hispalense controló el choque en función de sus intereses.
Y en el segundo acto, con los visitantes fundidos, Tapia concedió minutos a Mehmet, desplegó un 4-2-3-1 y originó minutos de auténtica locura, aquella que no exhibió cuando el Real Unión, el Elche o el Cartagena desnudaron las carencias de un bloque que ayer, y de forma reveladora, fue un equipo mayúsculo.
