Corren lentos como tortugas estos días finales de un julio que no sabe a qué carta quedarse ni en las coordenadas del calor ni en las de las noticias. Sevilla se agosta sin remedio, como un girasol maduro, sabiendo que tiene la playa al alcance de la mano pero que no puede alcanzarla y sólo los chinos de los bazares de "todo a un euro" siguen impertérritos: convencidos de que, pase lo que pase, habrán de acatar todas las leyes del mundo, la que toque, y trabajar como chinos; el anuncio de ese concurso en el que Lipasam pide a los grafiteros que le echen imaginación y pinten los contenedores ecológicos con motivos que no lo sean menos, es lo único que pone una nota refrescante y vivaracha al panorama.
A las palomas del Parque les han comunicado que hay crisis alimentaria hasta septiembre, pero ellas aún no saben si creérselo y se quedan entre las palmeras esperando el santo advenimiento; las tórtolas turcas, al ser inmigrantes, van de un lado para otro buscándose la vida. La ciudad se queda sin noticias por mucho que intente el alcalde vender las maderas de las setas u otra próxima exposición de esculturas en la Plaza Nueva. Los munícipes del PP, por hacer algo, levantan los adoquines del Museo: dicen que para mostrar los desperfectos pero en realidad para ver si, como se pregonaba en Mayo del 68, debajo está la playa. Pero no está; han de esperar hasta el viernes.
Antonio Zoido es escritor e historiador
