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La plaza y la ópera

Hace muchísimo tiempo, creo que al principio de los años sesenta, iba yo un día en una vespa hacia la playa de Mazagón con un amigo del barrio y al pasar por Moguer dije -aquí nació Juan Ramón, y él...

el 15 sep 2009 / 18:55 h.

Hace muchísimo tiempo, creo que al principio de los años sesenta, iba yo un día en una vespa hacia la playa de Mazagón con un amigo del barrio y al pasar por Moguer dije -aquí nació Juan Ramón, y él contestó tan campante: - ¿ah, si?, qué buenas tardes daba, convencido de que, sin duda, yo me refería a un torero. Y es que entonces -y aunque parezca mentira- ellos eran los únicos héroes cuyas hazañas merecían ser recordadas y el único teatro de verdad que existía en Sevilla y que ponía a la gente en pie era aquel en el que triunfaban los dramas de las grandes faenas taurinas.

La fuerza del Destino con letra mayúscula, o quizás sólo con la minúscula del humano, y minúsculo, afán del arma de artillería por emular a la caballería hizo que el anfiteatro de la fiesta de los toros y el teatro del bel canto acabaran uno junto al otro en la misma orilla del Guadalquivir, entre los puentes de San Telmo y de Triana, enfrentados desde su señorío con la ribera arrabalera de Triana. El caso es que una Sevilla, donde la plaza hizo de ópera -salvo en los Miserere de la catedral- hasta la inauguración del Teatro San Fernando, se encontró con que el escenario de ésta era su vecino de al lado.

Si en los toros lo memorable llega por la visión (ya dijo Bergamín que la música del toreo era callada), en la ópera abrimos el almario de la memoria con el oído y la vista. La Maestranza atesora faenas imperecederas pero el Maestranza está llegando también ahí. Al Teatro sólo le falta ese público que en el coso es el paradigma, que sabe lo que es bueno y lo que no lo es tanto, qué tiene que hacer en el sol y qué en la sombra, pero las tardes buenas del aficionado taurino tienen su equivalente en las noches de gloria del melómano y se pueden ya degustar. Sevilla, como Zamora, no se conquista en una hora.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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