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La pletórica madurez de Rafael

el 06 jul 2012 / 19:31 h.

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Fue el pintor que marcó un antes y un después en el Alto Renacimiento. Su taller llegó a albergar a medio centenar de discípulos y colaboradores, y para él posaron grandes señores de la nobleza y hasta un papa. Diseñó tapices para la Capilla Sixtina, rivalizó con Miguel Ángel y continuó, a la muerte de Bramante, la construcción de la cúpula de San Pedro. Y todo ello, antes del día de su 37 cumpleaños, fecha en la que falleció –dice la leyenda– a causa de ciertos excesos sexuales. Ahora, una magna exposición en el Museo del Prado subraya la importancia de Raffaele Sanzio (Urbino, 1483 – Roma, 1520) durante sus siete años finales.

El último Rafael, organizada por la primera pinacoteca nacional en colaboración con el museo del Louvre y la Fundación Axa, no sólo pone de relieve, una vez más, al formidable dibujante que fue el de Urbino, parejo al citado Miguel Ángel y a Leonardo, sino también su excelencia como pintor de caballete, tanto en pinturas de altar como en retratos. Además, la gran muestra contextualiza la obra de Rafael con la de dos de sus más cercanos ayudantes, Gianfrancesco Penni (h. 1496 – 1528) y sobre todo Giulio Romano (1499 – 1546), que también hicieron importantes contribuciones, no siempre reconocidas, a las telas del maestro.

La exposición, compuesta por más de 70 piezas procedentes de 40 instituciones distintas, comienza con el inicio del pontificado de León X, momento en que Rafael adquiere una relevancia notable como decorador de estancias vaticanas. El recorrido se divide en seis secciones, entre las cuales destacan las pinturas de altar de intenso dramatismo, las Vírgenes con el Niño y las Sagradas Familias de pequeño y gran formato, donde todo, desde la serenidad de las facciones al realismo de las telas o la armonía de la composición, actúa como indicio de genio. Basta observar la Santa Cecilia de la Pinacoteca Nazionale de Bolonia o la subida al monte Calvario conocida como El Pasmo de Sicilia, una de las muchas joyas del Prado recientemente restaurada, para entender por qué se lo rifaban las más acaudaladas diócesis de Italia.

Genial retratista.
Especial calidad tiene el apartado dedicado al retrato, donde la pintura dedicada a su amigo Baldassare Castiglione (1519), procedente del Louvre, magnetiza todas las miradas en competencia con el hermoso retrato de Bindo Altoviti, muy influenciado por Antonello de Messina en lo que respecta a la posición de la cabeza, o su Autorretrato con un amigo, que no era otro que el citado Giulio Romano. En él, Rafael combinó la inventiva en la composición con una ejecución innovadora, al tiempo que celebraba su relación casi paternofilial con el discípulo.

No obstante, la mayoría de estos trabajos fueron encargos que Rafael despachó sin un excesivo afán o delegó directamente en sus alumnos, lo que no impidió que ejercieran una más que notable influencia en la evolución del retrato áulico posterior.
Finalmente, se ofrece al visitante una copia de La Transfiguración, obra inacabada, a cargo de Penni y Romano, acompañada por trece dibujos autógrafos del maestro. La obra en cuestión fue un encargo hecho a Rafael por el cardenal Giulio de Médicis, probablemente a finales de 1516, para la catedral de Narbona.
La secuencia revela que Rafael se dio cuenta de que podía acrecentar el dramatismo de la obra combinando la Transfiguración con la presentación de un muchacho poseído, con la mirada extraviada, a los apóstoles que han quedado atrás al subir Cristo al monte Tabor; dos episodios consecutivos en el relato evangélico, pero que ningún artista anterior había unido antes.

Aunque su taller continuó, la muerte de Rafael de Urbino en brazos de la fiebre, supuestamente tras una noche loca con su amante La Fornarina, supuso en cierto modo un portazo al clasicismo renacentista, y un pistoletazo de salida para los excesos barrocos. Desde entonces, su pintura ha sido venerada en unas épocas y denostada en otras, pero siempre operó como modelo canónico de perfección formal. Durante todo el verano, y hasta el próximo 16 de septiembre, esta exposición comisariada por Paul Joannides y Tom Henry da testimonio de su rotunda, luminosa, pletórica madurez.

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