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"La primavera árabe no se puede contar en 30 segundos"

Mayte Carrasco es reportera de guerra, acaba de publicar una novela sobre Afganistán, ‘La kamikaze’ y de jugarse la vida en Siria y Libia.

el 12 abr 2012 / 20:12 h.

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Mayte Carrasco acaba de ver publicado un libro de ficción, La kamikaze, y acaba de volver de Siria como reportera de guerra. El cierre de Público la ha dejado sin cobrar por jugarse la vida para contar la guerra de Libia. Ha presentado La kamikaze en Sevilla en la Fundación Tres Culturas. Su currículo la sitúa a sus 37 años también en el convulso Cáucaso, en Irak, en Rusia, Francia... y fuera del trabajo y de las horas de redacción del libro impulsó, al calor del 15-M, el movimiento Periodismo Real Ya.

-Su currículo de guerra apabulla. ¿Ha tenido que renunciar a formar una familia?

-Ésa es una pregunta que se nos hace sólo a las mujeres. A un varón con mi misma carrera no se le pregunta el estado marital. Queda mucha lucha contra todos esos clichés. Y en cuanto al libro... la protagonista, Yulia, no soy yo. No es autobiográfico, aunque ella sea reportera y trabaje en precario como yo [que soy freelance]. Sí que tiene problemas con su inestabilidad laboral y emocional que comparte con las mujeres de en torno a 35 años, que se podrán sentir identificadas. Yulia deja atrás una sociedad que se recrea en sus problemas y encuentra allí otro mundo, en el que la gente es más feliz en condiciones muy duras.

-Es, en todo caso, un libro de periodismo de guerra, como clásicos como Homenaje a Cataluña de Orwell o Territorio Comanche de Pérez Reverte.

-He tratado de no leer Territorio Comanche para no copiarlo. Lo que sí he visto ha sido muchas películas de reporteros de guerra, y Yulia es una antiheroína, romántica, como del siglo XIX, pero con mucha fortaleza para afrontar las pruebas de una novela negra.

-Contendrá pasajes basados en los momentos más crudos de su experiencia en las guerras.

-No relato esos episodios. Haber cubierto conflictos como los de Georgia y Afganistán me ha servido para reflejar mejor realidades que conocemos mal. Por ejemplo, dedico el libro a los soldado y espías españoles del CNI que de forma anónima luchan por nosotros; y también mi experiencia me ayuda a narrar esa cultura tan distinta, como esos afganos que a pesar de tres décadas de guerra se levantan con una sonrisa. Son cosas que hemos olvidado. Y, como a mí me ha pasado, cuando uno siente la muerte de cerca le da valor a las cosas que de verdad importan.

-El libro es una ficción sobre la inmoralidad del poder. ¿Por qué esa corrupción se cuenta en una novela y no en las noticias?

-Toda la corrupción ocurre de forma subterránea. De mi mes en la guerra civil de Siria he aprendido hasta qué punto cuesta escarbar para ver la verdad, para comprender por qué la comunidad internacional ha abandonado a su suerte a ese pueblo.

-La ficción es más real que lo que consumimos a través de los medios de comunicación.

-La radio, la prensa, la televisión e internet sólo muestran trozos de realidad desconectados. Las revoluciones árabes no se pueden contar en 30 segundos, así sólo se muestra la sangre. Sólo contamos los acontecimientos bélicos, de forma morbosa y buscando el espectáculo. Y si hay sexo, mucho mejor. Los periodistas entretenemos. Ni informamos ni formamos, sólo preparamos a los espectadores para el siguiente bloque publicitario.

-Afganistán, Irak, Libia... ¿Occidente cuando interviene trae después más guerra?

-Queremos que esos países vayan demasiado rápido y enseguida creemos ver fracaso, como en Libia, donde se acaban de librar de 42 años de dictadura y la reconciliación no llega de la noche a la mañana. En la propia España hemos tenido un grupo terrorista... y vamos mirando a los demás por encima del hombro. Es normal que haya fricciones entre las milicias por el reparto del poder, pero debemos ayudarlos en vez de criticarlos.

-¿Qué tiene Afganistán que todos se matan por ese pedregal perdido?

-Es un lugar de paso codiciado y su valor son sus vecinos: la India, Pakistán, Irán, potencias nucleares. Ya fue invadido por los británicos, luego por los rusos, y ahora por nosotros, que nos iremos en 2014 tras haber metido un pastizal en bolsillos corruptos, con el país al borde de la guerra civil y con el riesgo del regreso de los talibanes.

-¿Cuál ha sido el escenario bélico más duro que ha vivido?

-Siria, donde entré de forma clandestina. Estuve un mes en la ciudad de Homs, entré en el martirizado barrio de Baba Amro, donde caían 500 bombas al día, donde murieron como ratoncitos en una jaula 9.000 personas, con francotiradores que disparaban hasta a los gatos. Los civiles caían en su cocina, en su salón... a la semana de irme mataron en mi apartamento a la reportera Marie Colvin. En cambio, en Georgia, en 2008, me reconcilié con mi profesión. Estaba perdiendo la vocación por la dirección que tomaba el periodismo.

-¿Por qué está en crisis el oficio del periodismo?

-Perdemos el rumbo, tanto en la TV como en los periódicos. Ya no se sabe dónde está la línea editorial, ni qué quiere el público, por lo que se le trata como si fuera tonto: es lo que llamo cultura del boom y click. Para una televisión, las imágenes de disturbios marcan picos de audiencia, pero eso no es informar. Y para el periodismo en internet, un ejemplo: el titular con más clicks en 2009 fue: ‘Le cortaron los testículos, se los metieron en la boca y se la cosieron'. Uno no lee eso: le llama la atención el tremendo titular. Nos hemos olvidado de generar contenidos para gente inteligente, y se preguntan los directivos por qué dejamos de comprar periódicos. ¡Es que no dejan hacer periodismo real, es decir honesto, veraz y contrastado!

-¿Qué cabe esperar ante esto?

-La movilización de los ciudadanos que exigen contenidos inteligentes y la responsabilidad de los medios por regresar a lo que la gente quiere. Todo esto no es nuevo: [la basura informativa] la creó Hearst [en 1898] cuando se inventaba las noticias antes de la Guerra de Cuba y después hubo una vuelta a la credibilidad.

-Ha dirigido un curso de medios de comunicación y paz.

-Los medios de comunicación no contribuimos a la paz. Exponemos la confrontación en vez de explicar las causas. En las guerras que contamos parece que la gente empieza a pelearse porque sí y también porque sí deja de hacerlo. No enseñamos a resolver los problemas, sólo que hay quien los resuelve a tiros. Y los medios de comunicación de España son los más sectarios y cainitas de Europa. Gracias a Dios sólo se expresan con tanto odio los periodistas y los líderes de opinión, no la gente.

-¿Los periodistas somos armas y por eso nos matan?

-Una cámara hace mucho daño a un dictador que no quiere testigos. "Vale más que un kaláshnikov", me decían los rebeldes sirios. Y allí no ha habido presión internacional porque apenas llegan noticias.

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