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La primera de San Gil

Sus primeros recuerdos de la Macarena están en un patio de la Alameda. Concretamente en el de la casa de Joselito El Gallo (torero que donó las mariquillas a la Esperanza), que su abuela paterna adquirió a la familia del diestro y en el que Mercedes Alba Ayala nació en 1923. Foto: J.M.C.

el 15 sep 2009 / 09:05 h.

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Sus primeros recuerdos de la Macarena están en un patio de la Alameda. Concretamente en el de la casa de Joselito El Gallo (torero que donó las mariquillas a la Esperanza), que su abuela paterna adquirió a la familia del diestro y en el que Mercedes Alba Ayala nació en 1923. Fue a los tres años y medio cuando en una tarde de Jueves Santo de los años 20 comenzó su devoción por la Esperanza. "Un mar de penachos blancos entró en el patio. Venían a recoger a mi padre, César Alba Alarcón (por entonces hermano mayor) y allí... (se ríe) se armó una buena cuando sacaron una cañera muy grande. Luego mi padre se enfundó el antifaz verde y salieron a pedirle la venia al Gran Poder".

Mercedes es macarena "de nacimiento", pues su padre la apuntó de hermana nada más nacer, como al resto de sus ocho hermanos. Hace unos días ha hecho historia al ocupar un puesto en el seno de la cofradía hasta el momento sólo reservado a varones. Es la hermana número uno en la nómina macarena. Algo que ella toma con humor: "Es una colocación que dura poco. Si hubiera llegado antes... cuando era joven".

A sus 85 años no pasa un solo día sin acordarse de su padre y de la Macarena, "la de San Gil", apostilla. Y es que Mercedes, viuda, con un hijo (José María Rivas) y cuatro nietos -"todos macarenos"- reconoce que ha ido a verla más a San Gil que a la basílica. "De niña acompañaba a mi madre (Pepita Ayala) cuando iba a llevar ropa planchada para el altar de la Virgen. Nos encontrábamos con las hermanitas de la Cruz", explica.

Aunque si tiene que elegir una imagen, se queda con la de agosto del 36 en la iglesia de la Anunciación tras "las atrocidades" de aquellos meses: "Trajeron a la Virgen en un cajón de la casa que el veterinario Antonio Román tenía en Orfila. Allí la había tenido escondida tapiada en una pared. Recuerdo siempre el aroma a nardos que desprendió al abrir el cajón y cómo la Virgen vestía el traje de luto que ya llevó por la muerte de Joselito El Gallo. Cantaron una salve y la gente se puso muy contenta". Aunque para ella lo mejor llegó en su casa, ahora ya en la calle San Eloy. Allí su padre invitó a un grupo de hermanos a celebrarlo: "Estuvimos cantando saetas y canciones de la Virgen hasta las cuatro de la mañana".

Lo que no logró Mercedes por luto familiar sí lo hizo su hermana Maruja, que se casó delante de la Macarena. Con Maruja, Carmen y algunas amigas, vestía la mantilla el Jueves Santo, "siempre por la tarde". La mañana estaba dedicada a visitar a la Esperanza en el palio y los sagrarios. "Es lo que nos decía nuestra madre". Le gustaba ver entrar la Virgen en los palcos de la Plaza de San Francisco, "¡qué categoría!". Algo que ya, debido a sus limitaciones de salud, hace por televisión desde el sillón de casa.

Ahora son su nuera, Esperanza, y sus cuatro nietos (José María, Esperanza Macarena, Fátima y Jorge) los que la acompañan en la estación de penitencia. "Este año han salido los cinco de nazarenos por primera vez", resalta orgullosa, aunque reconoce que no le gusta que salgan las mujeres de nazareno: "Llámame machista pero hay muchas cosas que puede hacer una mujer en una cofradía, como limpiar la plata".

La devoción macarena parece estar garantizada en la familia. Su nieta Esperanza Macarena, de 17 años, recita de memoria la salve que Álvarez Quintero dedicó a la Virgen: "La ha aprendido de las estampas antiguas que conservo". Y es que en este hogar todos son macarenos, hasta la asistenta, Antoñita, bautizada en la pila de San Gil: "Llevo doce años trabajando aquí y créeme, no hay familia más macarena", dice Antoñita.

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