Era la estampa habitual: monseñor fray Carlos Amigo Vallejo, con su hábito castaño de franciscano, presidiendo la salida de la cofradía del Buen Fin del convento de San Antonio de Padua. El relevo en el Arzobispado de Sevilla y las obligaciones de Amigo en Valladolid rompieron ayer con una tradición de 28 años. Aún así, tuvo tiempo para telefonear al hermano mayor minutos antes de las cinco de la tarde, la hora tan taurina en la que salió a la calle la Cruz de Guía, y desear una buena estación de penitencia.
Con este anhelo recogido por los hermanos, El Buen Fin inició su recorrido hacia el templo Catedral en medio de la emoción de todo un barrio -en la collación entre San Vicente y San Lorenzo- que recuerda el fervor de cofradías extramuros y se vuelca cada año con la hermandad a su paso por las calles Marqués de Mina, Eslava y Plaza de San Lorenzo, donde se produce esa preciosa confraternización con el resto de hermandades del barrio.
Todos se conocían, se saludaban los pequeños nazarenos y los adultos que los observaban desde la primera fila. San Antonio era ayer una gran familia bajo el sol. Radiante estaba la tarde, casi tanto como el monte de claveles rojos en que se clavaba la cruz del Cristo del Buen Fin. "Será que ha sido un invierno de tanta agua que parece que las flores han revivido", comentaba Mercedes, vecina de Curtidurías, a la cronista. Pero el protagonismo floral lo copó la Virgen de la Palma, a la que una lluvia de pétalos que le caían del cielo como un rosario de bendiciones, le abrieron el camino hacia la Carrera Oficial.