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La rehabilitación de Santa Catalina se desatasca tras cuatro años

En lo alto de la iglesia de Santa Catalina se precisan albañiles. Razón: en el Arzobispado, administrador de un edificio que lleva penando cuatro años, aquejado de males de altura (cubiertas) y bajura (cimientos).

el 15 sep 2009 / 16:16 h.

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En lo alto de la iglesia de Santa Catalina se precisan albañiles. Razón: en el Arzobispado, administrador de un edificio que lleva penando cuatro años, aquejado de males de altura (cubiertas) y bajura (cimientos). Y ya puestos, se necesita, y mucha, colaboración ciudadana porque la obra será un obrón. Casi como la del Salvador.

Un sacerdote da misa. Entre él, el Santísimo y los feligreses se interponen cuatro cubos. El soniquete del agua filtrándose por las cubiertas del templo pone banda sonora al Padrenuestro. La estampa, así que hayan pasado cuatro años, no deja de sobrecoger.

Más aún cuando queda un documento gráfico (como el de la página de la derecha) que recuerda que cuando se decía que Santa Catalina estaba bastante tocada -y de eso hace ahora unos cinco años, porque las cosas no surgen por generación espontánea- no eran ganas de echarle alarmismo al asunto. Es que la cosa apuntaba maneras... de gravedad.

En el barrio el asunto no cogía a nadie desprevenido. Lo habían vivido, años antes, con la espiral de deterioro de San Román, el mudéjar vecino al que costó lo suyo arrancarle los achaques propios de la edad. Sólo que en Santa Catalina, la parroquia a la que media flota de Tussam casi hace estación de penitencia a diario y por la que transitan tres cuartas partes de Sevilla, sucedió lo que no debió pasar: que el mantenimiento brilló por su ausencia -no había dinero, como sí lo hay en la Catedral, donde su maestro mayor vela porque no se tuerza ni un pináculo-, y así fue que lo que era un catarro terminó en neumonía... arquitectónica. El remedio, léase el parche, sirvió de excusa a los facultativos (el Arzobispado) para posponer sine die un tratamiento de choque que le permitiera encarar el siglo XXI con una salud de hierro.

En julio de 2005, y después de que se derrumbase parcialmente la cubierta de la iglesia, se le colocó una férula interna y otra externa, a saber: un enjambre de tubos para su apuntalamiento por dentro, y una cubierta de chapa provisional a modo de gran paraguas para evitar que siguiera haciendo aguas. Y ahí quedó la cosa. Desde entonces, se han sucedido capítulos y capítulos -las hemerotecas son buena prueba de ello- de un tira y afloja entre la Iglesia y la Consejería de Cultura para ver cómo y cuándo le hincaban el diente al templo.

Si hiciéramos caso de las veces que se ha anunciado el inicio de las obras de rehabilitación, el lugar hace ya tiempo que tendría que estar abierto y flamante. Pero nada más lejos de la realidad. Si se siguen apuntando detalles de esa intrahistoria, resulta que, según el delegado provincial de Cultura, Bernardo Bueno, "desde principios de año teníamos claro que había que intervenir en Santa Catalina". ¿Piensan lo mismo en el Arzobispado? Un portavoz autorizado constata que, hasta julio pasado, "la consigna en la Junta era que las obras no eran prioritarias; así se nos transmitió". Y si se pregunta en Cultura, la culpa viste sotana.

Pero he aquí que la ciudadanía, y los medios de comunicación, se han implicado -llámese efecto Salvador si se quiere- de tal modo que de alguna manera han obligado a los poderes fácticos a dar el paso. Y encima, la llegada de Gómez de Celis a Urbanismo -es hermano de La Exaltación, corporación con sede en Santa Catalina- no ha hecho sino acelerar el proceso con euros contantes y sonantes sobre la mesa.

Cuatro años después, la manifiesta falta de sintonía entre Junta y Arzobispado parece haberse doblegado. Demasiado tiempo, en cualquier caso, como reconoce Bernardo Bueno -"lo de Santa Catalina tenía que estar ya más que resuelto, pero..."-. Lo que debería llevar a ambas partes a una reflexión seria, porque están condenadas a entenderse: ni la Iglesia puede costear tanto edificio católico necesitado de obras, ni el Gobierno andaluz, tutelador por ley de todo el patrimonio, puede negarse a prestarle auxilio. Teniendo eso claro, el diálogo debería ser más fluido, pero...

Bien, el caso es que unas gotas de ese diálogo han cristalizado en forma de convenio a tres bandas, aunque serán el Ayuntamiento (con unos 705.000 euros) y Cultura (con otros 400.000) los que costeen las nuevas cubiertas de Santa Catalina. El documento, que se firmará antes de fin de mes si nada se tuerce, marcará un punto de inflexión. En primavera llegarán los obreros y, en paralelo, el arquitecto Francisco Granero redactará el proyecto que atajará sus males de bajura: un serio problema de aguas subterráneas que, ya con la iglesia cerrada, provocó el hundimiento de la pila bautismal.

"Lo importante es que, una vez comencemos, Santa Catalina sea un tren siempre en marcha, sin paradas intermedias. Y eso sólo se consigue arrimando todos el hombro: administraciones, instituciones y ciudadanía". Es el mensaje de quienes trabajan de forma altruista en pro del templo, los mismos que consideran que el lema de campaña con la que han intentado sensibilizar a la opinión pública, Un paréntesis en el tiempo, ha expirado. Toca actuar.

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