Después de tres meses que se le habrán asemejado a las catorce estaciones del Vía Crucis, Mariano Rajoy llega al XVI Congreso del PP en Valencia con una certeza: el que resiste, gana. El líder del PP ha hecho suyo el aserto de Camilo José Cela y ha superado la contestación interna alimentada desde determinados medios de comunicación obsesionados con decidir quién y cómo se debe gobernar la formación representativa del centro derecha español. Rajoy ha soportado los envites de dirigentes de la talla de Esperanza Aguirre, Mayor Oreja, María San Gil o Juan Costa y ha visto, leído y escuchado que era ya un líder amortizado tras dos derrotas electorales consecutivas. Las hostilidades verbales perseguían que el presidente del PP abandonara el puesto, pero Rajoy ha resuelto el pulso a su favor. No se ha ido, ha mantenido casi todos los apoyos y ha situado en puestos clave a dos personas -María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría- cuyos perfiles se alejan de la imagen de dirigentes como Ángel Acebes o Eduardo Zaplana. Habrá que ver si se mantiene este escenario tras las próximas citas electorales, pero las decisiones tomadas permiten pensar que ha dejado atrás esa oposición cruenta de la anterior legislatura, marcada por los delirios conspiratorios del 11-M y por el cuestionamiento de las principales estructuras del Estado. El líder conservador parece haber entendido que si quiere llegar a la Moncloa tiene que acercarse a esa España plural que no piensa que se vaya a romper el país ni nada por el estilo. Y para hacerlo se ha rodeado de un equipo de trayectorias muy centradas y ha contado con el apoyo de casi todos los barones autonómicos, entre ellos el andaluz Javier Arenas, cuya labor de cohesión interna y de apoyo sin fisuras ha sido premiado con su designación para la vicesecretaría de mayor peso específico de la organización.