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La Ruta de la Sombra

En este árbol hay una pareja haciendo el amor. Quien quiera verlo, que siga paso a paso las indicaciones de esta propuesta de paseo por las calles más frescas del centro. Ideal para olas de calor.

el 24 ago 2010 / 20:03 h.

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Un ambulante intentó ayer a mediodía, sin éxito, tangarle seis euros por un abanico a un turista que estaba repostando en un velador del Starbuck's de la Puerta de Jerez. Sería el abanico de Lady Windermere. Hoy, a buen seguro, ese mismo extranjero estaría dispuesto a entregar gustoso, a cambio del artilugio de plastiquillo, el doble de esa cantidad más sus pololos beige de paseo, junto con la promesa de compartir un té con aquella celosa y pesadísima dama inglesa inmortalizada por Oscar Wilde. Porque hoy hay (más que hay, cabría decir es, por el carácter ontológico de la cosa) ola de calor. O dicho de otro modo: algo se está cociendo en Sevilla. Mire a ver si es usted. Para enfrentarse a ella de otro modo que estableciendo un humillante vínculo adiposo con el aparato de aire acondicionado, tipo lapa, aquí se ofrece una valiente propuesta de paseo mañanero que se ha dado en llamar la Ruta de la Sombra, por razones obvias. Empieza con un chorro de aire frío en la cara y acaba con algo de sexo. ¿Quién podría negarse?

El punto de partida está en la Plaza Nueva, debajo del reloj. No tema quedar allí con alguien para emprender juntos el recorrido, porque unas agradabilísimas velas que caen desde el Ayuntamiento hacia la arboleda le rebañan un buen puñado de grados centígrados a la situación. Además, mientras espera puede ver esa especie de revista callejera que son las enormes fotos de momentos musicales instaladas allí mismo, en el andén: son imágenes de la Fundación Baremboim-Said, agrupadas bajo el título Música para el compromiso. No es que la cosa sea como para coger tres taxis con tal de ir a admirarlas, pero se dejan ver, son bonitas y entretienen cualquier espera razonable.  

Y es en ese momento cuando el citado chorro de aire frío le da a uno en las narices, con todo su acompañamiento de grititos de placer. Porque no bien se enfila por Tetuán (igualmente sombría y velada) se entra de lleno en el ojo de la borrasca formada por los vaporizadores de agua helada de los dos bares de Albareda: el Café&Tapas, a la izquierda, y las Bodegas Góngora, a la derecha, establecimientos llamados a obtener algún día el Nobel de la Paz por dicha labor humanitaria. Ahí mismo, en cualquiera de ellos, puede hacer la primera estación del viacrucis para ir también fresquito por dentro.

Salvo que haya cometido el error letal de llegar por la Avenida de la Constitución, donde por estas fechas huele a fritura (y eso que no hay ningún bar: efectos colaterales de los rayos UVA sobre el género humano), o por Placentines, que también está que arde, hasta ese momento podrá usted presumir de haber salido ileso de los ataques de ese lanzallamas conocido como el Sol. Si le interesa mantener esa misma línea de pensamiento, tuerza a la izquierda no bien llegue a la calle Rosario, vea sus escasos aunque bonitos escaparates, siga por Méndez Núñez y desemboque en ese mar de sombras que es la esquina de San Pablo con la Plaza de la Magdalena, donde los toldos, la orientación y el airecillo que sube desde el río (cuando sube) invitan a comprarle el sitio al lotero de la esquina, amén de los décimos, y quedárselo uno en propiedad.

Todo de frente y a San Eloy, por el jardincito. Ahí tiene dos opciones: o no varía el rumbo, con lo cual se mete directamente en la cervecería La Rueda (opción preferente, si es mediodía), o gira levemente a la izquierda y llega hasta la esquina, donde descubrirá una tienda Dufin Dagels repleta de batidos helados, granizadas y toda clase de donuts de colores y sabores raros. Una caja de seis sale por 6 euros. Desde esa misma esquina puede subir hacia Monsalves, acompañado por la sombra, naturalmente. Cuidado con los marmolillos de bola: si eligió meterse en la cervecería, puede partirse las piernas, con lo que le conviene poner atención en esquivarlos; si prefirió los donuts, serán los demás los que lo esquiven a usted para no destrozarse el peroné. Y desde Monsalves, a la izquierda, rumbo a la maravillosa Plaza del Museo.

Siéntese mirando hacia la estatua de Murillo en el banco de la esquina más próxima a la capilla, bajo la cúpula del impresionante árbol de las lianas (especie australiana, por cierto). Admire las curiosas farolas octaédricas, en el pedestal limpio de pintadas, los arrullos de las tórtolas y, sobre todo, fíjese en el tronco inmenso que queda a su derecha. Verá a una pareja haciendo el amor. Ella besa su pecho con los ojos cerrados de placer y lo envuelve con sus largos y finísimos brazos; él se contorsiona, estira los brazos y deja caer su abundante y salvaje cabellera sobre la de ella. Va a haber que ir a por más donuts de esos.

Preciosa enramada, deliciosas sombras, exquisito cervezón el del Mesón del Serranito, fin de fiesta de este recorrido en la calle Alfonso XII, especialmente si le añade (por siete euros más) un plato de gambas blancas de Huelva. En el Duque, también a la sombrita, están los taxis. Vuelva a casa rápido y cuéntelo todo.

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