La verdad sea dicha, hacía rato que no veía a un público aplaudir y proferir bravos de forma tan entregada como con hizo ayer el del teatro Alameda para premiar la actuación de Jesús Carmona y los suyos. Se sentía que un sector era, de antemano, lo que se dice partidario; pero también quedó patente que el joven barcelonés sabe granjearse los aplausos.
Un aplauso es a veces una trabajosa conquista, pero los artistas conocen atajos para obtenerlos. Carmona los conoce y cede a su tentación, ya sea con una dramaturgia más bien edulcorada o con movimientos un poco efectistas, de aspavientos vigorosos y pies veloces.
Nos interesa mucho más cuando, en el fandango o la soleá, es capaz de armonizar su vertiente flamenca con la clásica, o cuando desarrolla un verdadero diálogo con sus compañeras Ana Agraz y Lucía Campillo.
Cabe esperar buenas cosas de Carmona en el futuro, porque las coreografías están trabajadas, la música es muy bonita, el vestuario espectacular y las luces mejor que correctas, aunque se salieran a menudo de foco. Lo que no debe es tener prisa por recoger los aplausos. Trabajando con calma y sensibilidad, éstos tarde o temprano llegan.