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Cultura

La Sevilla de James Salter, entre el jamón caro y los estereotipos jondos

El escritor recrea en su última novela, ‘Todo lo que hay’, una visita a la ciudad en 2007

el 22 jul 2014 / 11:00 h.

Imagen Salter «... Y luego continuaron hasta Sevilla, donde el verano se demora y la voz de la ciudad, como dijo el poeta, arranca lágrimas». Son las primeras alusiones a la capital hispalense que aparecen en Todo lo que hay, la última novela del estadounidense James Salter (Nueva York, 1925), que acaba de ver la luz en el sello Salamandra. Un autor que no ha parado de ganar adeptos en los últimos años, pero que cuando visitó Sevilla en 2007, acompañado por su esposa, Kay Eldredge, era un perfecto desconocido para el gran público. Sí lo conocía, y muy bien, su traductor español, Eduardo Jordá, quien recuerda que el autor de Años luz,La última noche y Juego y distracción se alojó en el hotel Simón –que aparece citado–, y visitó entre otros lugares el tablao de la Casa de la Memoria, que le inspiró algunas escenas flamencas de Todo lo que hay. Salter evoca, por ejemplo, el sonido de una guitarra por las callejuelas del centro: «Lentos acordes ominosos, el guitarrista severamente quieto hasta que una mujer antes inadvertida que estaba sentada junto a él levantó los brazos y comenzó a batir palmas como disparos para gritar luego con furia una sola palabra: «‘¡Dale!’». Poco después, el novelista oye la seguiriya gitana y apunta a renglón seguido: «Era de Utrera, gritó, el pueblo de Perrate, el pueblo de Bernarda y Fernanda...». No consta que Salter haya tenido nunca mucha afición flamenca, pero se demora varias líneas en recrear el dramatismo que el cante le transmite. «Por otro lado, en la novela adapta aquella experiencia a los años 50», comenta Eduardo Jordá. «Convierte un tablao en una especie de peña flamenca de hace medio siglo y puede que el resultado no sea muy convincente. Pero cuando terminó la actuación que presenciamos, tenía lágrimas en los ojos», agrega el traductor. En efecto, a James Salter le cuesta despegarse de los tópicos. En las páginas de Todo lo que hay se lee: «Sevilla era la ciudad de don Juan, la ciudad andaluza del amor...». Su experiencia, no obstante, está conectada con la primera visita que el autor hizo a la ciudad en los primeros años 60, cuando era piloto de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses. «Había venido en un vuelo largo, con escala en Morón, y pasó un día en Sevilla», recuerda Jordá. «Lo habían movilizado con motivo de la crisis de los misiles, en plena guerra fría, pero tenía un recuerdo muy vago de todo aquello. Imagínate, habían pasado 40 y pico años de aquello». En la novela hace también amplia alusión a Lorca. «Lo adoraba, aunque no leía español», indica Jordá. «Se había comprado una antología, y luego le he visto citar a Federico en muchos sitios. De hecho, fue a Granada, que también aparece en la novela, para visitar la Huerta de San Vicente. Pero era el día de Todos los Santos, y estaba cerrada. Eso le extrañó mucho: dijo que en América abren los lugares precisamente en los días festivos, para que la gente pueda visitarlos». Sea como fuere, Jordá afirma que el conocimiento de Salter de la literatura en nuestro idioma era muy limitado. Le habló de escritores sudamericanos como Juan Carlos Onetti y de Julio Ramón Ribeyro y no los conocía. La plaza de toros de la Maestranza, junto a la cual pasearon, no le llamó demasiado la atención. Sin embargo, al bordear el río dijo sentirse como un chaval. «¡Qué luz, qué luz!», exclamó. La gastronomía andaluza le cautivó: alude en su novela a las almejas, la pescadilla, los boquerones y las patatas bravas. En el bar LasTeresas degustó el jamón ibérico, y después de empeñarse en pagar suspiró: «Demonios, esto es mucho más caro que Nueva York». Fue allí donde tuvo lugar otra anécdota memorable, que evoca Jordá: «El típico gitanillo que se busca la vida entre las mesas le dijo: ‘Tú tienes cara de ser muy inteligente’, a lo que Salter respondió: ‘Mi mujer no suele opinar lo mismo’».

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