El 25 de marzo de 1927, El Correo de Andalucía, a pesar de ser entonces un periódico católico y muy conservador, informaba del ingreso de Antonio Machado en la Real Academia de la Lengua para ocupar la vacante de Echegaray. El poeta, en una Sevilla eufórica por los eventos, era aún un intelectual de todos, sin banderías, y la prueba de ello está en la glorieta que comparte con su hermano Manuel en el parque de María Luisa. Antonio, enfrascado seguramente en La Lola se va a los puertos, acababa como quien dice de escribir por pluma de su Juan de Mairena el consejo "si vais para poetas, cuidad vuestro folklore".
Ahora Sevilla se apresta a presidir la fundación de las ciudades machadianas y, al parecer, prepara una ruta turística y una programación especial. O sea, que se pone sola ante el peligro de acabar haciendo lo que se suele hacer en estos casos: la requeterrepetición de los azulejos del tercer centenario de la muerte de Cervantes. Pero, aparte de los hitos, tal vez fuera conveniente volver sobre la Sevilla poética de Machado, la de la buena albahaca y la buena yerbabuena en las macetas, la de la fruta de oro en los árboles y el puro azul dormido en la fontana.
Hace años otro poeta, Fernando Ortiz, leyó en el Palacio de las Dueñas unas reflexiones sugerentes. Venían a acabar con el tópico de la Sevilla sin sevillanos, qué maravilla con una exégesis profunda: la Sevilla machadiana era la de la infancia y, por tanto, el Edén, sin más personas que Adán. Al hilo de esa interpretación, quizás la ruta podría partir, antes que nada, del proponerse que las ventanas volvieran a tener macetas y las fuentes de las plazas agua. De que la remitificación de Sevilla comenzara por una adaptación de aquel consejo: si vais para munícipes, cuidad vuestro folklore, el saber popular. De todos.
Antonio Zoido es escritor e historiador.
