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La soledad de un presidente

La decisión de Manuel Marín, presidente del Congreso, de retirarse de la política confirma una constante que ha marcado la vida pública española desde los mismos inicios de la transición: el abandono, voluntario o forzado, de políticos válidos y competentes.

el 14 sep 2009 / 20:22 h.

La decisión de Manuel Marín, Presidente del Congreso, de retirarse de la política confirma una constante que ha marcado la vida pública española desde los mismos inicios de la transición: el abandono, voluntario o forzado, de políticos válidos y competentes. Este hecho característico de la política española llama poderosamente la atención, sobre todo si se tienen en cuenta las circunstancias concurrentes en la misma.

España nunca ha estado sobrada de políticos que aunaran preparación y experiencia. A diferencia de otros países democráticos en los que la carrera política se desarrollaba de una forma gradual, iniciándose en la política municipal y culminando en las mayores responsabilidades del Estado, aquí, establecida la democracia, fue necesario improvisar y crear una clase política que, no obstante su inexperiencia, supo estar a la altura de las circunstancias y cumplir satisfactoriamente los difíciles cometidos a los que tuvo que enfrentarse. Por ello, es incomprensible que políticos de todas las tendencias y de una valía contrastada, en plena madurez física y mental, estén hoy totalmente apartados de la vida pública. Quizás aquella frase de Carlyle de que "la revolución devora a sus hijos" habría que extenderla en España a la política en general.

Presidir un Parlamento no es tarea fácil al ser el escenario de la confrontación partidaria y la caja de resonancia de los conflictos y diferencias propios de una sociedad abierta y democrática. Si a esta dificultad inherente al cargo, se unen otras circunstancias, como las que han concurrido en esta legislatura la misión resulta poco menos que imposible.

La función arbitral que encarna el Presidente de un Parlamento requiere la colaboración leal de los grupos parlamentarios y de los diputados que deben ser los más interesados en proteger y defender su independencia y ecuanimidad y dotarle de una "auctoritas" indiscutida. El Presidente debe tener por objetivo arbitrar las diferencias, proteger las minorías y hacer realidad el control parlamentario, por muy molesto que éste pueda parecerle al Gobierno. De ahí la incomprensión que el Presidente pueda encontrar hasta en su propio grupo parlamentario.

En este sentido, era lógico que en el mismo acto de su toma de posesión, Manuel Marín pidiera a los grupos parlamentarios "protección para la Mesa y su Presidencia, para así poder ejercer de árbitro". Desgraciadamente no ha sido así y el Congreso ha vivido la legislatura más difícil y conflictiva de la etapa democrática. Ahí está el Diario de Sesiones para confirmarlo. Es evidente que los debates parlamentarios no son juegos florales y que la confrontación y la dureza están presentes y alcanzan cotas de gran intensidad, pero dentro del respeto al adversario y a la dignidad de la propia cámara y en todo caso y siempre acatando la autoridad del Presidente. Convertir la disputa parlamentaria en pelea tabernaria o en enfrentamiento de "hooligans" furiosos denigra a sus autores, pero también perjudica y de forma notable la autoridad y prestigio del Parlamento.

Antonio Ojeda Escobar es notario

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