La radicalización que están sufriendo los dos grandes partidos nacionales no puede ser buena para sus intereses y lo es mucho menos para el conjunto de los españoles. El PP inició hace meses un proceso de derechización, rematado con la exclusión de Ruiz-Gallardón de la lista de Madrid, que está dejando al pairo a no se sabe cuántos votantes que desde posiciones moderadas creen en una derecha centrada y más acorde con estos tiempos. Por su parte, el PSOE ha elegido un discurso mucho más a la izquierda que en anteriores campañas y fija su atención en captar la voluntad de ese porcentaje del electorado, un punto extra sistema, que le permitió llegar a la Moncloa hace cuatro años.
Nadie ha podido cuantificar nunca la porción del electorado que pertenece a lo que denominamos centro. Tierra de nadie y al mismo tiempo codiciado por unos y otros, su comportamiento varía según la flexibilidad o el atrincheramiento de las ofertas electorales. No puede hablarse del centro como un espacio de contornos precisos, inamovible y sujeto a idéntica conducta que sus fronterizos, a un lado la derecha, al otro la izquierda, porque tanto el PP como el PSOE tienen un suelo seguro, un voto decidido contra viento y marea, cosa que no ha ocurrido nunca en esta zona central que está sujeta a corrimientos precisamente por su falta de dogmatismos y su sentido práctico de la política.
La volatilidad de estas teorías sobre el centro da pie a opiniones para todos los gustos. Ningún estudio sociométrico ha podido cuantificar el impacto del voto centrista de forma clara a lo largo de los procesos electorales desde la recuperación de la democracia. En cada uno de ellos ha sido distinta su importancia o su valor decisorio. En esta ocasión, se estima en torno a un cuatro el porcentaje de votantes centristas que pueden decidirse por una u otra opción o simplemente engrosar la abstención. Y quienes analizan con lupa los movimientos previos a los comicios, con todas las cautelas dicen que en el reñidero del 9-M va a ser decisivo que estos ciudadanos decidan acudir a las urnas o quedarse en casa. La solución, el domingo 9 de marzo por la noche. Será cuando cristalicen en certezas tantas suposiciones en estado gaseoso que manejamos ahora. ¿Se ha equivocado el PP arrimándose a la derecha severa que ya no se lleva por el mundo? ¿Atinan los socialistas arreando estopa a los obispos ultramontanos? ("Con la iglesia hemos dado, Sancho") ¿Es conveniente sacar a pasear los fantasmas del pasado y los demonios familiares de los españoles? ¿Pasará factura el hecho de prescindir de símbolos electorales como el Alcalde de Madrid?
Desde 1977 no he dejado de estar profesionalmente al tanto de las elecciones generales habidas en España. Con excepción de las de 1993, nunca me había enfrentado a un pronóstico tan incierto como el que se tiene a un mes de estos comicios de 2008. De ahí que estemos ante una convocatoria electoral acaso la más apasionante en treinta años.
Periodista
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