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La superficie agrícola de Isla Mayor se divide en dos para poder plantar

En el corazón del arrozal sevillano, Isla Mayor, una misma parcela se parte a la mitad. Para ti agua, tú te quedas seca. Por tercer año consecutivo, la sequía somete a dieta a sus salinas tierras.

el 15 sep 2009 / 05:47 h.

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En la tierra tractores y en el cielo avionetas. El tráfico anda saturado. Un rapaz rebaña el grano caído de los remolques, llena medio saco, lo sube a su bici, se monta él, huye, y al precio que está, ahí se lleva tres euros. En El Tejao, frito con gambas y angulas, o con mariscos, o con salsa de Doñana, o al horno, o abanda, y, por supuesto, con pato. Arroz, plato primordial de ese restaurante y cultivo del que come Isla Mayor, Sevilla. Que no falte, sea la mitad. Es tiempo de siembras.

En enero pasado, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) ni una gota daba para los arrozales de las marismas. Sequía. Hiciéronse nubes en las sierras de Córdoba y Jaén, de donde llegan los recursos hídricos que riegan esos campos sevillanos -pantanos que abren compuertas y aguas que se recogen río abajo-, y sus benditas lluvias permitieron dar vida a 18.000 de las 36.000 hectáreas arroceras. Por segundo año consecutivo, la mitad sí y la mitad no, y el tercero con restricciones.

"Sin el arroz, Isla Mayor sería la nada. Pero, además, sin el cultivo el entorno de Doñana perdería casi todas sus letras". Está detrás de la barra, aunque quien habla, Javier Arias, es arrocero como el que más y, de hecho, lleva la vicepresidencia de la Comunidad de Regantes Ermita. Se lamenta, al tiempo que se defiende, de dos sambenitos que persiguen a los productores: el ser agricultores pudientes y el de despilfarrar agua.

"¿Ricos? ¡Ja! Míreme a mí aquí, sirviendo cafés y platos. Como yo, la mayoría de los agricultores jóvenes de este pueblo se ha tenido que buscar una segunda actividad. ¡Esto, el arrozal, no da para vivir, hombre! Que si este año no podemos sembrar, que si al final, sí. Es mucha la irregularidad". Y sobre el agua, ¿qué? "Sí, la gastamos, pero si las administraciones nos hubieran aceptado antes algunas de las obras hidráulicas que desde aquí les hemos propuesto, seguro que ahora el consumo no sería tan elevado y el sector no padecería esta inseguridad".

José Luque es consciente de que juega el papel de malo. No te pases, que voy y te la corto. "¡Bah! Son ya 22 años, está uno más que acostumbrado". Vigila las aguas, que todas lleguen por igual, que nadie irrigue sin derecho o en exceso, en las 6.900 hectáreas que conforman la Comunidad de Regantes Isla Mínima. Está preocupado. El caudal que inunda las parcelas, tomado directamente de esta gran arteria que es el Guadalquivir, ya aquí no hay embalses, trae hoy sal en demasía, y este cultivo la tolera un poco, más que ningún otro, por eso las marismas sevillanas son arroceras y no tomatales. Haga esta simple prueba. Eche en una regadera dos gramos de sal por litro, déle de beber a una maceta, supongámosla de geranio, actúe así entre mayo y septiembre, a ver cuánto dura.

"Seguro. Algo le han hecho al río. El año pasado el agua estaba buenecita, ni a un grado [gramo] de sal llegaba". Semejante sospecha de José Luque toma cuerpo en la Federación de Arroceros de Sevilla, donde su técnico Santiago Aparicio sustenta que, "como están constantemente dragando el cauce para el tránsito de los barcos, habrán removido algún banco de arena, de ahí que las mareas, las corrientes del mar, entren con una mayor facilidad en el curso Guadalquivir". He aquí el porqué este arroz está siempre sediento.

En efecto. Vayamos a 2007. De la dotación hídrica que el regulador de la cuenca, la CHG, autorizó para los arrozales, 400 hectómetros cúbicos (serían, en términos equivalentes, el consumo de Sevilla capital y su área metropolitana durante un cuatrimestre), la mitad fue puro riego, la otra sirvió sobre todo para amortiguar el que por estos lares llaman el tapón salino, y que no es otra cosa que el salado Atlántico adentrándose en el río, kilómetro a kilómetro, invasión creciente, más y más necesidad de agua.

La ecuación de riego en el arrozal, pues, se formula sobre la gravedad -en el argot de los lugareños, dícese del agua que fluye "por su propio pie"- y la compensación de la sal, y este sistema es, a medio plazo, "insostenible" y complicará el futuro del arroz en Sevilla. Lo dice Antonio Hernández Callejas, miembro de la familia fundadora de la mayor arrocera del mundo, Herba, ubicada en el municipio de San Juan de Aznalfarache, y presidente del grupo agroalimentario Ebro Puleva.

¿Qué hacer? Dos décadas, casi tres, llevan los agricultores reclamando infraestructuras hidráulicas -esclusa, canales y tuberías que conduzca el agua limpia, sin sal, salida de los pantanos, a las marismas. Y esta vez, parece que sí. Aún tardará, comenta Julián Borja, presidente de la Federación de Arroceros, pero el primer gran paso se acaba de dar.

Lo ha dado, en concreto, el Ministerio de Medio Ambiente, al adjudicar a una filial del grupo de ingeniería Ayesa, y por 2,4 millones de euros, el diseño sobre cómo, de dónde y por dónde suministrar el dulce caudal. Las infraestructuras necesarias sumarían, según estima la propia CHG, un presupuesto de 200 millones, siendo el ahorro hídrico de igual volumen que el que absorbe el tapón salino -200 hectómetros cúbicos-. Mientras tanto, a esperar.

Debería dolerle, pero sonríe. Golpean en su cara los granos que el tractor esparce con fuerza mientras siembra. Gateado en el remolque, Juan Carlos Marí observa la labor mientras aguarda a que tan agrícola vehículo -con ruedas de acero y tacos triangulares, que lo agarran al terreno y así le permiten rodar sobre parcelas inundadas- se le acerque para reponer la simiente.

"Hoy, cuando estamos ya en otro ciclo de sequía, muchos de los que padecieron la anterior aún están pagando los créditos que tuvieron que solicitar para pagar las inversiones y poder sobrevivir". En este municipio donde sólo cabe un cultivo, el arroz, Marí posee 3 hectáreas. Su profesión, agricultor. Algo no cuadra. ¿De qué vive, pues? "En Aznalcázar tengo otras tierras, y en las que siembro más cereales, como trigo o maíz". Caso resuelto.

Cuando hace sólo tres meses la CHG advirtió de que no había dotación hídrica para el arroz, en Marí, al igual que en toda esta localidad, despertaron aquellos años de absoluto desierto. "Fue una catástrofe". Al tiempo que vacía los sacos de semillas en la zona de carga del tractor, relata desde Valencia llegó su abuelo, allá por los años cuarenta, "cuando no había nada". "Prefiero que mi hijo no siga en la agricultura, pero sí que sepa cuáles han sido el esfuerzo y el sacrificio de su padre, de su abuelo y de su bisabuelo".

Trasiego de avionetas. Aterrizan, cargan arroz, despegan, una vuelta a la finca, otra, y otra, desde la tierra hay quien orienta, por aquí, por allí. ¿Y usted no se despista? "No. Ni me mareo. Son ya 11 años en los arrozales", contesta Florencio Fitz, piloto de Trabajos Aéreos Marismeños (Tamsa).

Su jefe administrativo, Javier Ribera, recuerda cómo jornaleros y agricultores salieron del pueblo en masa a buscar trabajo en el anterior periodo de sequía, siendo la fresa de Huelva su salvación laboral. "Nosotros, en Tamsa, tuvimos que acometer un expediente de regulación de empleo. Dos años sin trabajar". En esta campaña, y dado que sólo se puede cultivar la mitad de las marismas, igual sangría ha sufrido el número de pilotos y mecánicos.

Hablar de tractores en Tamsa es como mentar la soga en casa del ahorcado. Éstos y las avionetas mantienen un duelo sobre la primacía en las siembras. El envite está servido.

Ribera tira para su negocio, si bien reconoce que para pequeñas parcelas el aparato rival es mejor. Javier Arias, por su parte, se ha decantado por el tractor. "Es una pasada. Los hay con GPS, les metes unas coordenadas como si fuera un juego de la playstation y lo hacen todo y, además, resulta más barato". Santiago Aparicio dice que depende, que por aire es más limpio, rápido y uniforme, y por tierra el coste es menor....

Pero la lección la finiquita José Luque. "¿Qué mas da? La cuestión es que haya agua". Tú, finca, pártete en dos. Tú empapada, tú seca. A conformarse.

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