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La Thatcher sevillana

Rosamar Prieto-Castro lleva ya dos años ocupando el cargo de delegada de Fiestas Mayores, y a pesar de que algunos han dudado de sus capacidades, el tiempo ha demostrado que su trabajo ha dado fruto.

el 24 sep 2009 / 11:58 h.

Rosamar Prieto-Castro
Cuando aterrizó en el cargo, allá por junio de 2007, llamaba "presidentes" a los hermanos mayores y eso de ampliar la Carrera Oficial -marrón que le dejó en suerte su antecesor Gonzalo Crespo- le sonaba poco menos que a chino mandarín. Menos de dos años le han bastado a la delegada de Fiestas Mayores y presidenta del pleno del Ayuntamiento (amén de otras hierbas políticas) para imbuirse de lleno y controlar al dedillo los asuntos de un área "con competencias delicadas y de mucho peso en la ciudad", como suele subrayar de vez en cuando ella misma para contradecir a los que piensan que en su delegación se llevan todo el día bailando, como pudiera parecer por su denominación.

Gracias a lazarillos como el empresario Juan Salas Tornero, con el que mantiene una gran amistad, y sobre todo, al asesoramiento de su mano derecha en la delegación, el periodista Carlos García Lara, esta granadina ha logrado granjearse el cariño y el respeto del mundo de las hermandades, entre las que goza de un buen cartel. Prueba evidente de cómo se maneja ya entre bambalinas cofradieras -una metáfora muy apropiada- ha sido la suficiencia y soltura demostradas en el atril del teatro de la Maestranza durante la presentación del último pregonero de la Semana Santa, un texto muy aplaudido por la crítica en el que confesó ese pellizquito cofrade que ya siente en sus adentros: "En Sevilla, ser concejal de Fiestas Mayores es un privilegio".

Funcionaria técnico del Ayuntamiento desde 1984, su relación con las cofradías le ha abierto las puertas a descubrir "cosas hermosas" hasta ahora desconocidas para una mujer que no se consideraba cofrade y sí "muy, muy feriante". Hasta la hemos visto emocionarse esta Semana Santa cuando la hermandad de Los Panaderos, después del episodio de la retirada express de las catenarias, le brindó la oportunidad de tocar el martillo a la salida del olivo de la calle Orfila. O viendo la salida del Gran Poder acomodada entre las sillas que la cofradía dispone cada año en la plaza de San Lorenzo.

Por San Gregorio admiran de ella sobre todo su inteligencia, su tenacidad y su intuición ("te ve venir de lejos", dicen). Es dialogante, dicharachera, de sonrisa fácil y tiene un elevado sentido del honor, por no hablar de sus magníficas dotes para la negociación pero, cuando se enfada -Dios nos coja confesados- se dispara ese torbellino que lleva dentro y arrasa con todo. Hasta en el ya célebre desplante del cardenal Amigo a cuenta de su repentina conversión en el asunto de la ampliación de la Carrera Oficial, esta granadina le supo enseñar los dientes al purpurado: "Cualquiera puede cambiar de opinión", le espetó al de Medina de Rioseco.

Aunque quien probó el trago más amargo de su repentina desmesura verbal fue el presidente de las Agencias de Viaje de Sevilla, Antonio Távora, cuyas críticas al programa de Sevilla en Fitur 2009 replicó la también presidenta del Consorcio de Turismo asegurando que sus reproches se debían a la decisión de quitar este año el bar que tradicionalmente se instalaba en el expositor.

¿Será por estos repentinos arrebatos de furia, de los que luego no tiene ningún empacho en rectificar, por los que a esta veterana política -cocinera de la Economía e Innovación locales antes que fraile en Fiestas Mayores- se la conoce ya cariñosamente en círculos cofradieros como la dama de hierro sevillana?

A la segunda mujer que dirige los destinos de Fiestas Mayores -la primera fue Paola Vivancos- le toca ahora despojarse de la mantilla y enfundarse el traje de volantes. En cuestión de una semana estallará la alegría en el escenario del Real de los Remedios. Y, a lo que se ve, por muchos años.

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