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La última clase de Derecho en el Rectorado

Carlos entra bostezando al aula 3 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Arrastra el mismo cansancio de todos los viernes, el sabor del café frío tomado hace un minuto, el peso de los libros. Todo parece igual que siempre, pero sabe que no lo es: la de hoy no es una clase más. Hoy es el último día que atravesará esa puerta de madera, la última vez que escuchará lecciones entre los muros de la Fábrica de Tabacos.

el 15 sep 2009 / 19:47 h.

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Carlos entra bostezando al aula 3 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Arrastra el mismo cansancio de todos los viernes, el sabor del café frío tomado hace un minuto, el peso de los libros. Todo parece igual que siempre, pero sabe que no lo es: la de hoy no es una clase más, no es otro madrugón de los que lleva en sus cuatro años de carrera. Hoy es el último día que atravesará esa puerta de madera, cincelada dios sabe cuándo, la última vez que escuchará lecciones entre los muros de la Fábrica de Tabacos.

Y es que ayer era el día del adiós de la Facultad de Derecho de la que ha sido su casa, su sede, durante los últimos 54 años. Cuando acaben las vacaciones de navidad, sus 4.000 alumnos arrancarán las clases en su nueva casa, en las instalaciones recién creadas en los terrenos de Cross Pirotecnia.

A partir del 12 de enero, la Historia viva de la Hispalense se cambiará a un edificio del futuro. "Con Metro y Cercanías cerca, con biblioteca 24 horas y sin humedades", resume Carlos que, a sus 22 años, confirma entre risas que no tendrá nostalgia de su edificio tricentenario. "Estamos en una sede preciosa, con solera y con historia -¡hablo como mi padre!-, pero yo prefiero una sede más funcional, más moderna y más luminosa", relata.

Lo hace en el descanso de su última clase, una optativa (las únicas que quedaban, junto a las de libre configuración y los exámenes), Derecho Sindical. La imparte el catedrático Antonio Ojeda que, bromas del destino, es precisamente el más furibundo opositor al traslado de la facultad. "Porque es insuficiente, inadecuado y precipitado. Porque se reduce el espacio para los alumnos y los profesores, porque aquello no está terminado, porque aquí aún teníamos mucho espacio para aprovechar", enumera vehemente antes de arrancar su clase, y antes de aleccionar a sus estudiantes sobre "lo que van a echar de menos" el Rectorado. Entre sus oyentes, apoyo y rechazo a partes casi iguales. No así en los pasillos, donde el entusiasmo gana por goleada a los que arrugan el ceño con el traslado, en un sondeo aleatorio en el que profesores y alumnos, por una vez, coinciden.

María Jesús, utrerana de Tercero, reconoce que es "una suerte" disfrutar de un edificio histórico cada mañana, pero puntualiza que "500 años de universidad se lucen también entre paredes nuevas". Porque ella sí que tiene reproches que hacerle al hermoso edificio del que ahora se despide. Su retahíla es larga: humedad en los pasillos, fugas de agua en los baños, calefacciones que no funcionan por una deficiente instalación eléctrica... De esto último tiene un buen ejemplo: durante la revisión de un examen, una bombilla estalló al enchufar un flexo a la red. La suerte fue que profesora y alumna tenían la mirada baja, sobre el papel. "Prefiero ver la fábrica de paseo con mi bici que sufrir lo que contiene dentro", insiste algo indignada.

Mariana y Salva, que acaban de entregar un trabajo para la convocatoria de diciembre, también ven más obstáculos que beneficios a esto de estudiar en una "obra de arte". El frío de los patios, imposibles de cubrir, la disgregación de las aulas, la falta de espacio y, sobre todo, "las barreras arquitectónicas", como las que sufre su compañera Alicia, que usa muletas. "Las escaleras de mármol, para quien las quiera. Yo prefiero un ascensor y aulas con rampas y una sala para simular juicios", señala Salva. Su amiga va más allá: "Es tan lógico -dice- que no entiendo quién puede estar en contra del cambio. Se llama dignidad. A lo mejor sólo se oponen los que quieren mantener privilegios, porque yo entre los alumnos no escucho ni una queja".

Saben que cuando desembarquen en sus nuevas clases habrá que adaptarse, y por eso ayer había colas en la consejería y la delegación de alumnos para hacerse con una de las guías que contemplan las nuevas ubicaciones. Siempre, todo, en el último minuto. "Habrá que saber dónde ir", resopla Samuel, empapado de lluvia. Este vecino de San Lorenzo tiene una incógnita por desvelar: ¿habrá sitio para aparcar su bici? Dice que el Rectorado ahí había ganado "muchos puntos" y pide a sus gestores que "no se olviden" de los ciclistas. Con sus rastas y sus piercings, susurra que "echará de menos" su Universidad. "Ya estoy en Quinto, aquí me he formado, esta es mi casa... Pero entiendo el cambio, eh. Aquí lucimos fachada ante los erasmus, pero de nada nos sirve si un alumno no puede ni sentarse en un despacho por falta de espacio". Queda dicho.

Juan Ángel, de Filología Francesa, envidia el destino de sus hasta ahora compañeros; Inés espera que la biblioteca funcione desde el primer día; Sara reza por no tener que ser "la última de Filipinas" la semana que viene, cuando algunos catedráticos amenazan con seguir dando clase en el Rectorado, pese a que ayer ya se decretaron las vacaciones en Derecho.

La clientela. Los operarios, ajenos al debate, se esmeran en recoger los bártulos que quedan, últimos restos que a estas horas ya estarán en Viapol. Tranquilos, que ya queda poca tarea. Su calma contrasta con los nervios de los camareros de la cafetería, que ven en el horizonte nubarrones en plena crisis. Perder 4.000 potenciales desayunos y meriendas no les hace la más mínima gracia. Lo que quieren es que los casi 300 estudiantes de Filosofía -que tomarán el relevo a Derecho en estas aulas- "lleguen rápido". "Bueno, no sólo es el negocio... Uno ya se acostumbra es escucharlos hablar de sentencias, de la Constitución... Vamos, que uno aprende y todo", apunta José entre pasada y pasada de bayeta a la barra de zinc.

Unos y otros saben que la polémica pasará y que, en cuanto la mudanza acabe, sólo importarán los exámenes, las notas, el saber. Lo dice hasta Ojeda, el crítico de cabecera: "Una casa u otra no puede alterar el peso de la Facultad. Somos grandes y lo seremos".

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