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La última tribu nómada de Colombia se sedentariza por el conflicto y la coca

El mundo conoció hace 20 años a los Nukak Makú, la última tribu nómada de Colombia, cuando unos 40 aparecieron desnudos en el selvático municipio de Calamar huyendo de un ataque de cultivadores de hoja de coca.

el 15 sep 2009 / 02:54 h.

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El mundo conoció hace 20 años a los Nukak Makú, la última tribu nómada de Colombia, cuando unos 40 aparecieron desnudos en el selvático municipio de Calamar huyendo de un ataque de cultivadores de hoja de coca, un contacto con la civilización que solo les ha traído problemas.

Macama, una joven mujer que ahora se hace llamar Teresa, evidencia el drama que padece esa comunidad desde aquella fecha en que llegaron a Calamar, un pequeño poblado en el sur del convulsionado departamento de Guaviare.

Ahora vive de modo sedentario en una pequeña finca ubicada en Barrancón, a unos 10 kilómetros de la cabecera municipal de San José del Guaviare, con sus tres hijos, el mayor de ellos de siete años y cuyo padre era un colono que murió por la guerra que enfrenta en esa región a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el Ejército y en la que también tienen presencia los paramilitares.

La mayoría de ellos ha optado, al igual que Macama, por dejar atrás las épocas de trashumancia por las selvas para concentrarse en pequeñas fincas cercanas a esta ciudad, vivir de las ayudas que les da el Gobierno central y mendigar por las calles vendiendo pulseras u otros objetos que fabrican con materiales que les proporciona la selva.

La mitad de los casi 600 que hoy en día existen, de una población de unos 1.200 hace 20 años, viven en la zona rural de San José del Guaviare en buena medida por las medicinas que les dan en los hospitales.

Muchos murieron de diversas epidemias tras el contacto con los blancos que les transmitieron, entre otras cosas, sus enfermedades.

Sarampión, malaria, hepatitis, varicela y meningitis redujeron la población en un 40 por ciento hasta que el Estado colombiano y las autoridades regionales emprendieron programas para prestarles atención médica gratuita.

Sin embargo, se resisten a perder del todo sus costumbres y continúan cazando los cada vez más escasos monos, pescando en los afluentes cercanos y abrazándose por horas en un bello rito que denominan bakuan, que realizan cada vez que dos tribus se encuentran.

Las mujeres mantienen encendidos durante todo el día los fogones dentro de su chozas construidas de hoja de palma, material que usan para hacer las pulseras, canastos y otros artículos.

Allí también se pueden ver frascos de aceite, jabón, arroz y otros alimentos de los blancos que han aprendido a consumir para complementar su dieta tradicional de frutos, carne de mono, larvas de avispas y huevos de un tipo de araña, que ya no consiguen por estar tan cerca de la ciudad.

Los hombres tampoco cazan mucho ahora porque los monos se acabaron y para hacerlo, con una cerbatana desde la que soplan dardos con un veneno que ellos fabrican, tienen que caminar distancias largas y ya no les gusta hacerlo como antes cuando vivían desplazándose por la selva, comenta Macama.

Caminaban en grupos de entre 10 y 20 personas haciendo campamentos temporales que quemaban cuando decidían cambiarse de sitio porque la comida se acababa.

Son pocos los que ahora trasiegan desnudos en la selva y más los que deciden llegar a las goteras de San José del Guaviare para instalarse con sus familias, sus micos titís de mascotas y sus hamacas, en las que los hombres se pasan tirados durante la mayor parte de día y la noche porque ya no salen a cazar.

Además le huyen a una guerra que los expulsa de los territorios que por siglos fueron suyos y a los colonizadores que en un tiempo les quitaron a sus hijos para apropiárselos y que luego con la llegada de la bonanza cocalera les quitaron sus territorios para ampliar los narcocultivos en lo recóndito de la selva.

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