La disputa académica y literaria mantenida por el poeta y profesor de Literatura Luis García Montero y un compañero de departamento, José Antonio Fortes, ha culminado de un modo muy negativo. El primero ha sido condenado por un delito de injurias graves con publicidad por un artículo periodístico en el que usaba adjetivos muy gruesos para referirse a su colega.
Si el juez entiende que sus insultos no forman parte de la disputa entre literatos, poco más hay que decir al respecto. Pero convendría reflexionar también sobre qué puede ocurrir en una universidad como la de Granada para que un intelectual con el prestigio y la valía de García Montero deje de dar clases por un hecho así, mientras que su supuesto agredido puede seguir diciendo en sus clases delirios tales como que Lorca era un fascista o puede insinuar que García Montero es en parte culpable del suicidio de otro profesor. Al final, vence la mediocridad.
