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La venganza de las palomas

Ni redadas, ni saqueos, ni miradas de reproche, ni nada: San Martín de Porres recupera su plaga de toda la vida

el 09 oct 2012 / 10:18 h.

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Cuando uno llega a la Plaza de San Martín de Porres en pleno mediodía, hecho un soufflé de queso, a bordo de esa thermomix llamada autobús circular de Tussam, con unas ventanitas así de chicas; y si encima el chófer del electrodoméstico rodante, jacarandoso do los haya, se complace en amenizar la cocción haciendo que María del Monte se desgañite viva recordando lo que le pasa a su cuerpo a la luz de la Luna... entonces, las posibilidades de experimentar fenómenos extraños, alucinatorios y hasta paranormales nada más apearse se disparan cual escopeta de infante.

En tales circunstancias, fue necesario comprobar lo que iba registrando la cámara de fotos para constatar que aquella visión no era fruto de la ingesta de estupefacientes, sino que, verdaderamente, la gran plaga del lugar, las palomas, han regresado a todo trapo y lo miran a uno con mala idea, como sabiéndolo todo, como prestas a devolver el golpe. San Martín de Porres 2: The Revenge.

El acontecimiento es tan formidable que nadie debería extrañarse si la Coral Monteverdi, informada del suceso, interrumpe de golpe el concierto de su gira Bach Cantata Pilgrimage para entonar la pregunta que arde en todas las gargantas: ¿Pero qué pasó con las redadas famosas del año pasado? Pues a la vista está. O como diría un espía: El pájaro ha volado. Cientos de estas aves blancas, relacionadas no solo con la paz sino también con tres enfermedades humanas (histoplasmosis, criptococosis y fiebre del loro), han vuelto a hacer de este nudo urbano (qué bonito, nudo urbano) un documental de Discovery Channel, una oda a la cagarruta.

Si en el primer semestre del año pasado no llegan a llevarse de aquí esos otros quinientos ejemplares (¡solo de esta plaza!), a fecha de hoy ya se habrían vuelto carnívoras y se habrían comido a los viejecitos de los bancos. Porque no hay arvejones en el mundo para mantener a una comunidad así de grande. ¿Alguna explicación? Pues sí: justo al lado del quiosco de la esquina, alguien había desparramado la otra mañana una bolsa entera de gusanitos.

Y un ciclista vestido de rey de la montaña llegaba, lanzaba algo así como treinta barras de pan desmigado al triangulito donde ellas se ponen a hacer como que ven la tele, y se largaba raudo, en un visto y no visto. En una buena película de terror, este bienhechor habría sido la primera víctima. En una mala (un poner: la realidad), le habría caído una multa de 120 pavos (por seguir con la terminología aviar), si lo pillan, claro.

San Martín de Porres, antes de ser una plaza, fue un fraile mulato de bondad insondable, entre cuyos méritos se encontraba el amor a los animales, en particular a los desvalidos y maltratados. Quien quiera creerlo, que crea que su patronazgo milagroso es lo que impide que desaparezcan de aquí las palomas. Y quien al llegar allí se sienta un soufflé de queso en un mundo de lunares y volantes, que se lo haga mirar, no vaya a ser que tenga la fiebre del loro.

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