Cultura

La vida vista desde un caballo

el 01 jun 2010 / 20:23 h.

Más allá de la condición de cantante de uno, incluso de la de rejoneador del otro. Más allá de los ruedos y los escenarios, el caballo fue el verdadero nexo común de un nuevo Mano a Mano de Cajasol que sentó en el auditorio de la vieja audiencia de la plaza de San Francisco a dos jinetes de profesiones dispares. José Manuel Soto y Diego Ventura, en distintas orillas de la vida y el arte, hablaron de su carrera y sus anhelos sin perder nunca la envidiable y privilegiada perspectiva que presta la silla de montar.

Ventura anda de actualidad. Pregonero en la Puebla del Río, recentísimo y reincidente triunfador en la plaza de Las Ventas, el paladín del trono del rejoneo se mostró sobre las tablas mucho más moderado, algo más cohibido que a lomos de sus caballos toreros: “cuando uno está acariciando el sueño de tu vida no te puedes quedar quieto. Me falta una puerta grande en Madrid para superar al maestro Vidrié, que tiene ocho”, señaló el joven rejoneador, que se ha fijado ese reto personal en una temporada de enorme competencia en la cumbre de la especialidad.

Más curtido por la vida, y desde la experiencia de una carrera de 25 años sobre los escenarios, Soto explicó que “en el toro y en la música, si tienes ganas de transmitir cosas llegas a movilizar masas. Ése es el caso de Ventura, que aún no ha tocado techo”, precisó el cantante, que aludió a la cultura del caballo y el toro desde su condición de gran aficionado. José Manuel Soto dijo que “los caballos me transmiten felicidad y me llevan a mundos maravillosos, son como un bálsamo para mí. Pero rejonear para sería impensable: es un arte hermoso que necesita de mucha preparación”. Soto se mostró reflexivo al explicar que “el hombre empezó a perderse el dia que se olvidó del caballo y el campo”, haciendo un canto por los valores naturales, por la educación antigua que presta este animal “que nos enseña a ser nobles”.


“El caballo es mi vida, no entiendo la vida si no es a caballo”, reconoció Ventura que narró las vicisitudes de la doma de un caballo torero, “que está en plenitud a los ocho años”. El joven rejoneador descartó verse en activo “dentro de diez años”, después de que Soto le espetara que adquiriría la definitiva solera, “cuando tengas cuarenta años”. Fue el momento álgido de este encuentro, la espuela definitiva para dos apasionados del toreo, del caballo y el arte que sólo saben ver la vida cabalgando.

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